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-33-

l1abia nacido en la \illa de Redondel&

y

p11.1 ado mui jóven a esta

parte

del

nueV'o continente, donde t\1 mismo se titulaba ''comerciante de Potosí, Chile

y

BuenO& Aires."

Comiendo Soto un dia (el 1

O

u 11 de marzo de 114,9) a la mesa de un

comerciante de J ujui llamado Juan Tomas Perez, con los compañeros de

M

o–

yen, promovióse una de

las

conversaciones mas usuales entre españoles ahor&

y en aquellos años,

la del 1esto nwndamiento

de la. leí de Dios;

y

entre las

risas

y

la.a

copas, salió que alguno de los últimos dijera que :M:oyen era hereje, por–

que no atribuía una importancia capital a aquella prohibicion. En este punto

la. teoria del verde violinista

se

acercaba mas al precepto del Evanjelio que

al

del decálogo, pues decia que entre

eecreiL'Íli

et 1nUltip[ÍCamÍ11Í

Y el

leMO

roen·

eionado, estaba mas de su grado con la. palabra de Dios que con la de !-Ioisés.

Al oír

tan

gr~de

desacato el sombrío gallego de Redondela. levantóse de

la

mesa y

f.

a interrogar a los arrieros de Buenos Aires sobre lo que habían

oído decir en el camino

al

judío frances.

Como era inevitable, aseguráronle

éstos, y en especial el criado de un don Rodrigo Palacio, miembro de la co–

mitiva, que Moyen era un hereje consun1a<lo.

Desde aquel momento Soto j-uró en su alma

la.

perdicion del france3, y se

propuso espiar

todas

sua palabras, en la ruta que iba a seguir hasta Potosi,

asociado desde

Jujui

'lit

la

banda que llegaba del Plata.

Púsose ésta en camino en direccion a Potosi el

26

de febrero

y

con ella

1\{oyen, siempre festivo, siempre atolondrado y siempre

lureje.

No tardó

pues en encontrar ocasion de corroborar sus preconcebidas sospechas

y

de

encomendar a su memoria nuevos datos para la debida delacion,

el

oficioso

familiar del Santo Oficio, hijo de Redondela de Galicia.

En

la primera jorn.'lda de Jujui a Potollí, entrando ya en

la.

rejiorr semi–

tropical de aquellos climas, desatóse por la tarde,

y

cuando los viajeros des–

eansaban en sus carpas, una furiosa tempestad de truenos; y con este motivo

snscitóse una disputa, mitad teolójica, mitad física, sobre el fenómeno.

Ha–

llábanse reunidos en la tienda del bien intencionado rejidor d6 Porco, don

Diego de Alvarado, Moyen, su espía de RedondeL.'\, un diácono natural de

Salta, conocido por el nombre de don Diego Antonio Martinez de Iriarte,

que sin duda iba a

las

Charcas

a.

recibir

las

órdenes sagradas, y algunos

otros con los criados del primero.

Las

opiniones estaban divididas. El

diá–

cono decía que bastaba rezar el

Quicunque

para disipar la. tempestad; Soto

no creía sino en lo$

conjuros

y

en el

tris(ljw.

Pero Alvarado, que era bro–

mista, dijo a Moyen:

"Y

u~ted,

mossiu,

no dice que en tiempo de tempes–

tades lo que hace es tomar su violín

y

su botella de vino1" A lo que el

interpcl~do

contestó riendo que sí y haciendo bueno el dicho con el hecho,

pues núcntras Soto fuése a su carpa a rezar a grik>s el rosario con

IJtiS

~rricros,

Moyen comenzó a araciguar el furor de los elementifs con los acor–

des de su arco.

.FRA.'\:C. )101".