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dad de denunciante, le acll83ba de haber leido a Bueló
y
a Bortel (1 ).
Durante aquella navegacion y en el abandono de sus
ca.mara.das,
había
hablado tambien
el
incauto mancebo con entera. libertad (pues segun el juicio
posterior de sus jueces, era. "mui locuaz y audacísimo") contra el lujo de los
papas; contra. su prurito de hacer guerras, añadiendo que como canonizaban
hombres por plata (cual si hubiese sabido
la
leyenda de V
e~esi)
Tendian
tambien induljencias para. pecar ·por
dine~.
Léjos estaba el infeJ.¡z fra.ncea de
imajinarse que aquellas palabras que
la
brisa del mar arrebataba,
irian
a
hacer rechinar tras de sus pasos los cerrojos de
la
Inquisicion de PotosL
Lla.mábase su confidente a bordo de la nave del conde de las Torres, don
Bernardo de R{)!)as, y debia ser hombre eclesiástico-, porque cuando se
hizo
su delator en Potosí apoyó su denuncio en muchas citas teolójicas, que no
.sabemos qué asidero tenia.n con
el
poder temporal de los papas.
En
cuanto a
la
doctrina político-eclesiástica de Moyen, lo único que hoi podriamos decir,
es que no le habria llevado a alistarse en los zuavos pontificios para pelear
contra. la cruz de Saboya.
Sigamos entre tanto a
M
oyen en su itinenera.rio de Buenos
Aires
a PotosL
Eran sus compañeros de viaje algunos comerciantes criollos y españolea
del Alto Perú, que habian venido a hacer sus compras a la costa, y volvían
ahora con sus efectos conducidos a lomo de mulas; jente
toda
moza, alegre y
de buena índole, pero de una devocion terrible e intra.ruñjente.
Era
el
prin–
cipal de ellos un jóven natnra.l de Burgos, llamado don Diego de Alvarado,
que iba a tomar su vara en el ayuntamiento de Porco, para. el que Tenia pro–
visto.
'
El viaje hasta Jujui no ofreció
náda
de notable. Ell8 de diciembJ1)
la
comitiva pasaba por Córdoba y en los primeros
días
de febrero.
llegaba
a
Jujui. La lengualocuaz de Moyen, su violín y su carácter festiv().y animoso
le habian hecho el favorito del convoi.
En
cuanto a
8us
hereji.aacontra. loa
papas, los buenos palurdos del camino no las entendían o no las escuchaban.
Solo los arrieros solian decir cuando le veian pasar adelante de·illB mulaB:
allá
va el judiol
Verdad es que entonces en América no se conocian
vulgar–
mente sino
tres
razas de hombres: los
chapetone~,
que eran los peninsulares;
los
criollos,
oriundos de América, y los
jadios. A
esta categoria pertenecían
todos los estra.njeros, y especialmente los portugueses, porque es sabido que
en
la
espulsion de los jndios españoles, el mayor ntunero se acojió a
la
corte
tolerante de Lisboa.
En
J
uju.i agregóse a los alegres mercaderes uno de su oficio, pero falso,
testarudo y disimv.lado, que como Rosas, y antes y mas perversamente que él,
debia hacerse el instrument{) de
la
perdicion del incauto y palabrero :M:oyen.
Llamábase aquel don José Antonio Soto
y
era gallego de na.cimiento, pues
(1) Ortografia
inquisitorial por
Boilean
y
por
Voltaire.