INTRODUCCION.
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Era
antigua costumbre entre loa gladiadores saludarse antes de entrar eii
el palenque; y nosotros, que amamos todavía de lo viejo lo caballeresco,
tenemos q1;1e hacer por vía de vénia, antes de lanzarnos
al
fuego del combate,
'
una declaracion, de justicia para el prebendado chileno, de deber para nosotros.
F&. declaracion es la de que estamos persuadidos de la sinceridad ar–
diente, de la incontrastable buena fé, del entusiasmo casi f&oril pero arraigado
en el alma, con que el sacerdote a quien contestamos, ha emprendido su es–
traña tarea. Y a
la
verdad, ¡,cómo podría ser de otra suerte1 Solo una pasion
exaltada alcanzaría a deslumbrar
liD
espíritn, cuya ilustracion y rectitud est:\.
fuera de toda duda., al punto de la fMcinacion asombrosa de que en cada
pájina dá muestras el vehemente panejirista. Para él la lnqllÍllicion ea una
adorable deidad. Su tortura es un lecho de rosas; su fea delacion un santo
·consejo; su atroz secreto una ti&rna intimidad; sus latrocinios una caridad
evanjélica; sus hogueras, por fin, la aureola de su propio martirio. El mismo
se confiesa su a.migo, su vindicador, su paladín. "tNo elojiariamos, dice,
(páj. 3) el heroísmo de quien se abalanzara intrépído sobre una turba de
asesinos para librar
a..
un hombre que, acribillado de puñaladas, cayera casi
exánime
a
los piés de sus verdugos1
"La
Inquisicion es
~
pobre
'I!Íctima de calumniadores
y
de malqu::l–
rientes."
Hé
ahí
esplicado el enigma.
tPodria concebirse sin esa profunda alucinacion del esp:íritu que hoi, un
hombre docto, un teólogo famoso, un sacerdote en
fin,
modesto y cristiano
(como se asegura por todos lo es el prebendadoSa.avedra), podría creerse qua
levantara. bandera de propa.,cranda a nombre de la Inquisicion, maldecida por
todos los pueblos y por todos los hombres, y que rompiendo la urna en que
la posteridad ha guardado sus secretos
y
sus
horror~,
junto con _sus hedion–
das cenizas, hiciera acercarse a
108
neófitos de su doctrina para
ir
a unjir con
su polvo, como en los
días
de
luto de
la
iglesia, la frente de
niñQ.4J
inocen–
tes'!--No. Hagamos justicia: el escritor eclesiástico
y
sus secuaces (pues ya