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no de sus ilustrados redactores, un estenso a.rtículo critico de aquella obra,
en que se decreta-ban a su autor las pabnru:; del triunfo y a nosotros el escar–
nio del vencido. "Ya lo creemos, decía en efecto el critico (llamando
conspi–
m.cion
del silerwio
lo que talvez no era sino cristiana modestia)'; es mucho
mas fácil
declamar
sobre los horrores de la Inqulsicion que
discutirlos,
y
cuesta
harto
menos
caUm·se
que refutar argumentos y aserciones
fundadas
en
kt
historia:
El hono1, sin embargo, tiene sus exijencias lo mismo para. los
s;:¡lJados de la pluma que para los soldados de
la.
espada.. Al adversario que
nos provoca en buena lid, es preciso vencerlo o cederle el campo. Nada se
gana con volverle la espalda finjendo ridículo desden." (1)
El;tas palabras, dirijidas en
nomln·~
propio,
pues éramos al parecer de
exprofeso citados, equivalían al reto del heraldo antiguo. El "honor de los
soldados de la pluma," al que ni por caro
ni
por duro vol
vi
jamas cobarde
espalda, constituía una provocacion casi irresistible. Pero todavía, lo confieso,
costábame descender a la arena. tEra miedo1 tEra
m~gna.nimidad1
N
o lo
sabemos; pero nos parecía que ocuparnos del Santo Oficio para hacer escuela,
era algo
tan
rancío y tan inútil como probar la verdad de Galileo sobre la
rotacion de la tierra, o tan ridículo
y
fuera de propósito
~omo
escribir libros
cual el famoso que dió a. luz el padre Ga.rcia sobre el
Oríjtfl¿
de
los i'iUlios
para probar que los "araucanos eran descendientes de los fenicios," o cual
el de nuestro buen dean Tula-Bazan, catedrático de la
Real
Universidad de
San Felipe de Santiago de Chile, sobre los inconvenientes y pecados de los
veJit·idos con
cauda.
Ademas, era entonces verano, y la rebelde carne no se
amoldaba de buen grado a la invocacion de las hogueras; mientras que en
otro sentido, el librero a quien compmmos, allá por los días de la canícula;
el citado pa.nejírico de la Inqulsicion, nos informó que solo habia vendido el
ejemplar que acabábamos de pagarle; por manera que vínosenos en mientes
que, siendo nosotros el único lector, quedaría oculta nuestra
~ulpa
y nuestra
derrota.
El propósito, o si se quiere, "la conspiracion del sjlencio," se convirtió
entonces en una resolucion irrevocable, y consentimos en dejar triunfante la
Inqulsicion que nos babia revelado el señor prebendado Sa.avedra.
y
conde–
nada
la.
que nosotros habia.mos descrito. "La flecha estaba clavada en nuestro
corazon, segun el lenguaje del crítico citado, y mediamos el suelo coD nuestro
ca<h\.ver." ¡,Cabia m.1.yor humildad cristiana y una. porfia mas meritoria en su
modestia1
Una circunstancia inesperada ha. venido, empero, a echar por tierra a últi–
ma hora nuestros mudos propósitos. Hace unos pocos
días,
o para decir mas
de cerca la verdad, unas cuantas horas, vino a decirsenos de una manera
evidonte y por testigos presenciales que
e~
optlSculO del señor Saa.vec"!ra ha
(1)
IND.EPENUI.&NT.E
del 26 tlu marzo de 1868.