EN EL RÍO DE LA PLATA
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de ser comisarios, se acostumbra echar mano de los ·
· que hay para la visita de los navíos y los demás
negocios que allí ocurren, sin darles título en for–
ma, sinó una comisión por carta para estos efectos,
no pudiéndose esto excusar, habiéndose de dar co–
bro á los negocios del oficio, comoquiera que los
inconvenientes que dello resultan son patentes: el
primero, la corta idoneidad de los sujetos para ta–
les confianzas; el segundo, el exceso con que abu–
san de la potestad que se les-da, por más que se les
limi~e,
llamándose comisarios, aJguaGiles mayores
y familiares del Santo Oficio, y valiéndose deste
nombre y excepción para cien mil dislates y com–
petencias de jubsdición; el tercero y más considera–
ble, la opinión en que se introducen de personas
calificadas por el Santo Oficio para sus pretensio–
nes, casamientos y otras utilidades.))
1
La arrogancia
é
insolencia que la impunidad ase–
guraba á los Inquisidores por su carácter y que se
extendía hasta el último do sus allegados, desde
un principio no reconoció límite alguno. Los dis–
gustos, bochornos y contrarjedades de toda especie
que los procederes inquisitoriales ocasionaron du–
rante los dos siglos y medio que el Santo Oficio
funcionó en los dominios espanoles de América, á
todas las autoridades civiles, comenzando por los
virreyes, y .
a.úná las eclesiásticas, serían intermi–
nables de contar. El arma poderosa que el Rey les
confiaba hubiera parecido siquiera tolerable si los
ministros del Tribunal se hubiesen contentado con
ejercerla dentro de la órbita que se les asignaba;
pero iban apenas trascurridos tres años desde el
1.
Carla de Gutiérrez Flores,
31
de Enero de
1626. :