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de que así debe proceder. Pues bien: de igual mane·
ra el que reputa por mn.s probable una opinion, <]_Ue
otro mira simplemente como probable, descon:fia de
su juicio propio para estar al ageno de persona mas
docta quizá y seguirlo en la prActica; es decir, en otros
términos, que reputa por ma probable conformarse
con la opinion menos probable
á
presencia de la mas
probable, y desaparece la odiosidad del probabilismo
y
hasta la doctrina.
A
poco reflexionar, se conocerá la insulsez de este
argumento, que supone
y
da por existente una opi–
nion mas probable, apoyada en razon
ó
fundamento
que se reconoce por simplemente probable. ¡Estraña
ocurrencia! Una mera probabilidad, que desaparece
en presencia de otra mayor, tiene virtud de crear
una mayor probabilidad, y de dar coexistencia á dos
opiniones
mas probables
acerca de un misn1o punt o, en
un mismo respecto y en un mismo suj eto;
y
no como
quiera, .sino fundando una regla general.
No hay que olvidar, que la cuestion de probabilis–
mo no solo se versa en abstracto, donde con un senci–
llo y convincente raciocinio queda resuelta, sino tam–
bien y principalmente en caso práctico y determina–
do, respecto de eota y aquella persona con juicio pro–
pio,
á
quien parece mas probable una opinion que
otra, y por consiguiente preferible aqq.ella á esta; lo
que no sucede en el caso del rústico, que careciendo
de opinion propia, sigue prudentemente la de su pár–
roco. Quedan pues vijentes las rftzones que desaCI·e–
ditan el probabilismo, y recomiendan la doctrina con–
traria, como digna de hombres y cristianos.
§.
39
351.
Hasta aquí hemos espuesto y docu .entado el
probabilismo de los padres jesuitas, presentándolo de
. una manera general,
ó
en la regla que les sirve de fun–
damento. Veamos ahora la aplicaciou que han hecho
de su regla
ó
principio á diferentes materias de mo–
ra.I, para conducir las almas al cielo con
suavidad
y
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