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No será dificil adivinar, cual seria el disgusto, el
teirrble espanto que sentirían los padres de la com–
pañia con la publicacion de las cartas provinciales.
Confesaban ellos injénuamente en sus respuestas, que
los destierros, las prisiones,
y
los 1nas espantosos su–
plicio~,
no les causarían
t~nto
dolor, como el verfile mo–
fados
y
abandonados de todo el mundo. Alguna vez
despechados
y
fuera de sí, decían con su P. Annato,
que "por toda respuesta á·las quince primeras cartas,
ce
no había mas que decir quince
veces-hereje."
La
curiosidad pública se picó,
y
fué menester para sa–
tisfacerla, hacer una nueva edicion del P. Escobar,
que fué agotada.
Pero los jesuitas tomaban otro despique,
y
traba–
jaban para que dichas''cartas fuesen censuradas en Ro–
ma,
y
por la Inquisicion de España: para que el Ar–
zobispo de Malinas aprobase una refutacion de 'ellas;
para que el Consejo de Estado 1nandase quemarlas:
para que el Parlamento de Aix las condenase
á
igual
pena por mano de verdugo;
y
para que la sagrada fa–
cultad de París declarase que merecían las penas de
derecho contrá los libros infames
y
herejes
(168).
La
gloria de Pascal era superior á estas pueriles mues–
tras de despecho.
Al cabo de muchos años el P. Gabriel Daniel, au–
tor de la historia de Francia, se propuso defender á
sus co-hermanos, refutando las cartas provinciales en
siete "entretenimientos ele Oleandro con Eudosio."
Acusa á Pascal de no
h~ber
guardado fidelidad en la
copia de los textos de los casuistas,
y
hasta de falta
en el lenguaje. Tmnó la plun1a contra el P. Daniel
el célebre benedictino Don Mateo Petit-Didier, di–
ciéndole, que con su defensa había pérjudicado 1nas
á
la causa de los jesuitas: que respondiendo despues de
cerca de medio siglo, mostraba que él mis1no no es–
taba persuadido, de que hasta entónces se hubiese
dado
plau~ible
respuesta; y que los textos iie los ca–
suistas estaban copiados :fielmente en las cartas pro–
vinciales. Y como el P. Daniel había avanzado su te–
meridad hasta decir, q}le los textos
estaba~
alterados