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suelo

á

la

Silla Apost6lica, auxilio

á

la Compañía,

6

aigun

bien

á

la Cristiandad.

22 Despues de tantas, y tan terribles borrascas

y

tempestades, todos los buenos Psperaba.n que al fin ama–

necería el rlía deseado en que enteramente se afianzase la

tranquilidad

y

la paz. Pero regentando la Cátedra de San

Pedro el dicho Clemente XIII, Predecesor nuestro, so–

brevinieron tiempos mucho mas críticos y turbulentos:

pues habiendo crecido cada día mas los clamores

y

que–

jas contra la sobredicha Compañia,

y

tambien suscitán–

dose en algunos parajes sediciones, tumultos, discordias,

y escándalos, que quebrantando y rompiendo enteramen–

te el vinculo de la caridad Cristiana., encendieron en los

ánimos de los Fieles grandes enemistades, parcialidades,

y

odios, llegó el desorden á tanto extremo, que aquellos

mismos Príncipes, cuya innata piedad

y

liberalidad para

con la Compañía les viene como por herencia de sus an–

tepasados,

y

es generalmente muy alabada de todos, es á

saber: nuestros muy amados en Cristo hijos los Reyes de

Francia, de España, de Portugal

y

de las dos Sicilias, se

han visto absolutamente precisados

á

hacer salir,

y

á

ex–

peler de sus Reynos y dominios á los individuos de la

Compañía; considerando que este era el único remedio

que que daba para ocurrir

á

tantos males, y totalmente

necesario para impedir que los pueblos Cristianos no se

desaviniesen, maltratasen,

y

despedazasen entre si en el

seno mismo de la Santa Madre Iglesia.

23.

Teniendo por cierto los sobredichos muy ama–

dos en Cristo hijos nuestros, que este remedio no era

seguro, ni suficiente para rec(lnciliar á todo el orbe Cris–

tiano, sin la entera supresion y extincion de la dicha

Compañía, expusieron sus intenciones,

y

deseos al so–

bredicho Papa Clemente XIII, nuestro Predecesor, y con

el péso de su autoridad y súplicas pasaron juntamente

uniformes oficios, pidiendo que movido de esta tan eficaz

razon, tomase la sabia resolucion que pedían el sosiego

estable de sus súbditos, y el bien univen:al de la Iglesia

de Cristo. Pero el no esperado fallecimiento del mencio·

nado Pontífice impidió totalmente su curso y éxito. Por

lo cnalluego que por la misericorc1 ia de Dios fuimos

exaltados

á

la misma Catéclra ele San Pedro, se nos hicie–

ron

iguale~

súplicas, instancias, y oficios acompañados de

lo13

dictámenes de muchos Obispos

y

otros

varones

muy