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fulminados contra Fray Luis de Granada, Pablo de
Céspedes, Arias Montano, el Padre Sigüenza, y no sé
cuantos más; procesos que nadie ha vi-sto y que según
toda la probabilidad no han existido nunca sino en la
ima ginacion de Llorente, que convertía en << procesos >>
la más insignificante referencia, el más leve registro
que encontraba en los libros de la Suprema. Esos que
él
llama <<procesos>> fueron <<acusaciones frustradas>>
que ni la Inquisición ni tribunal alguno del mundo
puede impedir.
Si la Inquisición no extinguió el pensamiento con
hogu~ras
ni con potros, ¿de qué otra suerte ejerció su
maléfica influencia?
Con la prJhibicióPt
y
expurgo de
libros,
se dirá. . . . Otra preocupacion infundada. Los
libros que la Inquisicion podía condenar se reducen á
las clases siguientes:
1a. Libros de la antigüedad, ya pecaran de obsce–
nos, ya contuvieran errores anticristianos. La Inqui–
sición
los permitió todos "propier
elegantiam
sermonis/'
Prohibió únicamente que se enseñasen en las es–
cuelas los poetas demasiado <<eróticos>>, y vedó asimis–
mo una
ó
dos traducciones en lengua vulgar.
2a. Los libros licenciosos modernos, especialmen–
te italianos y españoles. Prohibió algunos pero sin pro–
ceder con cxcésivo rigor en este punto, En los que
eran modelo de lengua y de estilo, como la <<Celestina>>,
mandó borrar sólo breves pasajes. Por lo demás, en
todo lo que toca
á
amena literatura, pecó más bien de
laxa, que de rígida, como todo el mundo confiesa.
Ba. Libros protestantes. Prohibió todos los que
llegaron a su noticia, é hizo perfectamente.
4a. Libros de filosofía y ciencias escritos por es–
pañoles.
N
o prchibió ninguno,
á no ser una de las tres
versiones de los <<Diálogos>> de León Hebreo, quizá por
tener rasgos cabalísticos, que, no obstante, se deja ron
correr en el texto latino é italiano. Quitó en el libro
de Huarte un capítulo <<sobre eL temperamento de J e–
sucristo>>,
y
con él algunas frases de sabor excesiva-
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