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der la lengua
castellana~>;
con Voiture y Balzac, el
elemento español llegó á prevalecer sobre el elemento
tradicional italiano en el salón de Rambouillet.>>
Esta gran producción intelectual y extraordinario
florecimiento de las letras patrias, al final del siglo
XVII decae rápidan1ente para no volver á levantarse
jamás de su postración. Pero·si se examinan á fondo
las causas de esta lamentable decadencia se verá que
ni ella fué tan extraordinaria como se quiere hacer
ver, ni intervinieron para ello instituciones, hoy críti–
ca é impareialmente juzgadas, como por mucho tiem–
po se ha creído y aún vulgarmente se crée.
¿Cómo había de prolongarse por muchos _años
aquella fecunda é intensa producción intelectual sin un
agotamiento más ó rnenos largo, de las energías y
fuentes productoras? Por otra parte, téngase en cuen–
ta que nuestra decadencia política á fines del siglo
XVII era ya un hecho; esto vino á agravarse con la
guerra de sucesión, y cuando una nación pierde su he–
gernonía política generalmente pierde también su he–
gemonía intelectual. Ninguna otra nación en tan cor–
to espacio de tiempo produjo intelectualmente más
que la nación española, ni otra nación dió jamás tan
generosamente la sangre, la vida, la ciencia, la religión
las instituciones politicas y económicas á sus colonias,
como España lo dió
á
las suyas, con tal abnegación
maternal que al fin y al cabo vino á quedarse anémi–
ca; por lo cual diré y repetiré siempre que la causa ca–
pitalísima de nuestra rápida decadencia fué la .Améri–
ca donde se han sepultado nuestras energías más vigo–
rosas.
Estuvo de moda por bastante tiempo en el siglo
XIX, atribuir la causa de todos nuestros desastres in–
telectuales y aún políticos y económicos al tribunal de
la Inquisición, <<espantajo de bobos y coeo de niños>>,
como le llama un admirable rnaestro de la historia; pe–
ro hoy después de la clarísima luz que ha derramado
sobre aquella institución político- religiosa el maestro
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