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continente que en otro tiempo unió

á

las Antillas con

la Europa meridional.

Seguramente que la institución de los sacrificios

sangrientos se halla estrechamente ligada con las ho–

rrendas catástrofes de aquellos tiempos que tan impe–

recedero recuerdo debieron dejar en el corazón del

hombre. Pueblos antiguos, enloquecidos por la in–

mensidad de su desventura, como dice un moderno

escritor, no acertando á explicarse la serie de catás–

trofes que les afligían (falseando una tradición religio–

sa de remotísimo origen) 1legaron á pensar que la có–

lera del Ser Supremo, que tan duramente les castiga–

ba, podría calmarse con sangrientos holoraustos, en

los

~uales

ofrecían víctimas humanas para aplacar

sus Iras.

Es la tristeza un patrimonio del hombre;

y

en los

pueblos prinlitivos donde el ser humano lejos de do–

minar los elementos de la naturaleza se vé vencido

y

aterrado por ellos, debió de echar profundas raíces y

dominar todo su espíritu como una sombra fatídica

y

negra.

No fué por consiguiente la dominación española,

tan calumniada como poco conocida, la que infun–

dió en el espíritu de esta raza indígena esa mortal tris–

teza, que parece consumirla lentamente,

y

que tan vi–

va se manifiesta en sus canciones, por otra parte de

una admirable originalidad

y

de suma delicadeza.

Concretando ahora mi pensamiento diré en pocas

palabras que España, una vez recobrada su unidad po–

lítica

y

religiosa, fuertemente unidos

y

reconcentrados

sus prodigiosos elementos de vitalidad exhuberante,

con una cultura extraordinaria, en el siglo XVI la pri -–

mera del mundo, estaba en condiciones excepcionales

para lanzarse á la conquista del Nuevo Mundo

é

in–

fundir

y

grabar allí los caracteres indelebles de su es–

píritu noble

y

caballeresco

y

de

~u

vigorosa mentali–

dad, Las verdaderas causas ó motivos propulsores de

la venida

á

la América fueron la expansión de la raza,