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Cuán grande fué el empeño de la Metrópoli de me–
jorar y dulcificar la triste condición del indio, nos lo
prueba asimismo aquella otra corriente, aunque con–
traria á la anterior, no menos simpática y caritativa,
cual fué la de conservarle puro, separado de la conni–
vencia muchas veces perjudicial, de las razas blanca y
mestiza. En cédulas y provisiones de
1562,
repetidas
hasta
1646,
se prohibió que en los pueblos de indios vi–
vieran <<españoles, negros, mestizos y mulatos>>, aunque
hubiesen adquirido allí posesiones, <<porque se ha expe–
rimentado que algunos
~spañoles
que viven y andan
entre los indios son hon1bres inquietos, de mal vivir,
ladrones, jugadores .... )) y los negros y demás citados
tratan mal á los indios y los pervierten, haciendo que
éstos huyan de las <<reducciones>>.
Pedro de Alvarado, en sus ordenanzas relativas á
Centro América, sostuvo la misma corriente, defendida
é incluida también por las Casas en sus reformas, que
algún tiempo después llevó á la práctica el Marqués
de
I...~orenzana,
fundando la ciudad de San Vicente en
Guatemala, para reunir allí á los blancos sacados de
los pueblos de indios.
Cuál de
~stas
teorías hubiera producido mejores
resultados no me atrevo ni me creo preparado para
definirlo; pero ambas prueban con claridad meridiana
el generoso y cristiano
esfu~rzo
que hízo España para
elevar á estas razas al nivel de los paí ses verdadera–
mente civilizados que es lo que importa para el caso.
Por otra parte, tan poco es cierto que la crueldad
de los españoles haya sido la causa de haber mermado
la población aborígen durante los tres siglos de su do–
minación en la
América~
puesto que es una verdad, so–
ciológicamente comprobada,que la primera consecuen–
cia del contacto de una alta civilización con pueblos
en estado primitivo es su decadencia de pobl ación.
Este resultado se atribuía exclusivamente
á
la cruel–
·dad de la raza más civilizada, lo que hizo decir
á
Ma –
llerys: «la población indígena no dismin uye ante la cul-