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día entre los ejercicios de piedad y el cultivo de las
tierras, que todos poseían en común; la obra apostóli–
ca del padre fray Nicolás de Witte, noble flamenco.
emparentado con el Emperador Carlo V, consagrado
en cuerpo
y
alma á la conversión de los indios cQn
tanta caridad
y
abnegación que éstos le llamaban
.N
oco,
(amigo, compañero),
y
de quien recibieron la–
vores
y
privilegios sin número por el prestigio de que
gozaba en la corte del Emperador; las luchas
y
nobles
afanes del padre Alonso de la Vera Cruz, agustino
como los dos anteriores, en quién halló la raza indíge–
na un defensor infatigable, pues fué el primero que
reconoció en los indios la capacidad moral é intelec–
tual necesaria para recibir todos los sacramentos,
y
el
primero que, contra la marea de opiniones corrientes
y arraigadas, se decidió á admínistrarles la
~agrada
Eucaristía,
y,
finalmente, uno de los que con más ahinco
lucharon por eximirles de la imposición de los diez–
mos, siendo por ello, blanco de injurias de algunas
autoridades. No se olviden tampoco los rigores, aun–
que algunas veces extremados, que usaron con los
transgresores de aquellas leyes. el Virrey Blasco Nuñez
y el Gobernador de Cuba Gonzalo Pérez de Angulo;
el castigo de encomenderos
ó
funcionarios
culpables~
como el de Nuño de Guzmán en México y los realiza–
dos por el Gobernador Saavedra epla región del Plata;
la paternal y dulce gobernación de Virreyes ilustres,
como Velasco, en México, y Toledo en el Perú, con
otros varios casos que pudiéramos citar.
<<La conquista y colonización de algunas regiones,
dice Altamira, ofrecen ejemplos de un proceder que
todavía en el siglo XIX no ha sido común en los colo–
nizadores de los Estados más cultos. Al lado de Pedra–
rias, cuya crueldad aterra, aparece la figura de Her–
nando de Soto, el único amigo
y
protector de Ata–
hualpa, censor de la violencia con éste cometida, aun
mediando motivos de esos en que nuestro actual dere–
cho de la guerra lo excusan todo. Frente á Hojeda,