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tradiciones. de su historia,

y

con ella toda reminiscen–

cia de su teocracia incaica; pero ha continuado con su

espíritu supersticioso, con sus hábitos y costumbres

sociales, y manteniendo su inteligencia en el mismo

estrecho campo en que se agitó la de sus antepasados.

Se han hecho cristianos, es cierto, y han adoptado el

idioma español para expresar sus ideas; pero éstas no

son más elevadas, ni más variadas que las da la socie–

dad incaica, ni el catolicismo en ellos es la religión es–

piritual del Evangelio. La misma luz crepuscular que

alumbró el entendimiento

y

comunicó sus matices á

la imaginación de sus abuelos, ilumina hoy la paraliza–

da intelectualidad de esta raza singular, que no ha–

biendo comprendido ni la elevación de la moral cris–

tiana, ni la profundidad de sus dogmas, ha creído que

la religión más noble y sublime que se haya revelado

al hombre está encerrada en el más grosero de los cul–

tos, que se haya impuesto á la dignidad humana>> (Co–

lección de artículos, 2a. serie, pag. 48 á 53.)

Por donde se vé con harta claridad, que la religión

de Cristo no penetró en el corazón de muchos indio::;

(un número muy considerable es evidente que la abra–

zó) no porque no haya puesto el misionero todos

los medios que la caridad y celo por la salvación de las

alrnas le sugerían, sino por el apegamiento aferrado de

esta raza á sus peculiares costumbres, por una prover–

bial indolencia, y sobre todo, á mi manera de ver, por–

que no mostrando resistencia á la predicación de la

doctrina, no podía el misionero saber si era ó no su

conversión sincera, puesto que el indio recibía el bau–

tismo con la misma facilidad que al día siguiente se

ernborrar haba en honor de sus ídolos.

Y no se crea, como vulgarmente se cree, que esta

absoluta carencia de carácter. esta pasividad prover–

bial, la adquirió el indio con los malos tratos de los es–

pañoles; cuando Pizarro pisó la tierra peruana, el indio

estaba verdaderamente muerto; le mataron los Incas

con su disparado régimen.