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que mandaban; como los niños, se pagó más de la ex–
terioridad que del fondo, apegándose extraordinaria–
mente
á
las formas imponentes,
y
al éurso reglamen–
tario de las labores
y
diversiones. Sus defectos más
comunes fueron la embriaguez, que solía ostentar co–
mo una grandeza
ó
como una dicha; la desmedida afi–
ción á los bailes
y
banquetes_prolongados; la lascivia,
que condujo
á
extravíos indecibles, la poca dignidad
personal, la debilidad del patriotismo y del imperio
sobre sí mismo, la subordinación del deber á la incli–
nación
ó
conveniencia, la frialdad en la familia, la in–
diferencia por los intereses públicos y la indolencia en
lo que tocaba
á
su propia persona>>. (Lorente S., Hist.
de la Civ. Peruana, pág. 205.)
Por mucho que se ensalcen los adelantos de los
Incas, y aunque se crea que su monarquía fué la más
civilizada de América, no por eso (como con todo gé–
nero de documentos lo afirma
y
prueba el señor don
José Manuel Vadillo en sus <<Apuntes sobre los princi–
pales sucesos de la América del Sud>>) los hijos del Sol
dej aba_n de ser, por el principio teocrático de su go–
bierno, tan despóticos como lo fué Moctezuma por
usurpación,
ó
como por hábito lo eran los reyes de las
naciones asiáticas. No querian ser obedecidos con me–
nor prontitud y servidumbre que la de aquellos escla–
vos mejicanos, que podían .ser asesinado.:; impunemen–
te. Los Incas desde el principio de su imperio
fueron
motivo de toda especie de guerras
y
usurpaciones,
y
mo=
delo de todo género de vicios,
en términos que ya su
segundo Inca dió ocasión á un cronista de Felipe II y
III para esculpir, como debe estarlo perpetuamente
en láminas de bronce, <<que
todos los tiranos siempre
se cubren con el n1ant.o de la Religión>>.
Recuérdese también que tenían en perpetuo confi–
namiento á sus súbditos, los cuales no podían mudar
de residencia, á no ser que el gobierno lo creyese con–
veniente; que era frecuente el
sacrificio de niños
por su
salud, victorias, honores y prosperidades; que castiga-
n