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cirse en el corazón de aquellos idólatras con suavidad
y dulzura.
Hace cerca de cuatro siglos que los misioneros ca–
tólicos, siguiendo la enseñanza de su Maestro, de predi–
car su doctrina
á
todas las gentes, han penetrado en el
dilatadísimo ímperio de la China, cuya gloria principal
corresponde á los agustinos por haber sido los prime–
ros que allJ entraron,
y
después de enormes y cruentos
sacrificios
y
de horrendas penalidades apenas si hoy
existe un millón de cristianos; pero no se ha de buscar
la causa de este fenómeno en la dureza y protervia
del chino y su proverbial amor
y
apego á las chapecas
y á sus antiguas tradíciones; la verdadera culpabili–
dad está en el misionero que no ha sabido darse maña
para trocar corazones duros como el granjto
ó
el dia–
mante, en corazones de carne, tiernos y sensibles.
¿No es esta una estupenda manera de explicar la
h .
t
.
?
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or1a .....
Pero volviendo á mi propósito
y
á la labor del mi–
sionero en el Perú, digo que es falso, absolutamente
falso, que no hayan convertido los hijos de las diversas
órdenes religiosas á millares de indios, que sinceramen–
te abrazaron el catolicismo y de verdad y de corazón
abjuraron de sus antiguas creencias. Por lo que se re-.
fiera á los agustinos, larguísima y por demás detallada
y extensa es la reseña que el padre Calancha hace de
las innumerables idolatrías que extirparon, de vicios
perniciosísimos que destruyeron, de degradacionesy en–
vilecimientos indignos de la especie humana que con
suavidad y dulce insinuación arrancaron. siempre celo–
sos, siempre caritativos como amorosos padres; que
este era el título que los mismos indios les daban. ¿No
significan nada las florecientes cristiandades y pueblos
que formaron en todo conformes
á
los de España, en
Huamachuco, Guambo, Conchuc9s. Potosí, Chuquisa–
ca, Pacasmayo, Cotabambas, Trujillo, Vilcabamba,
Chunchos, Aymaráes
y
los dernás enumerados en el
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