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he de consignar aquí, dejando á un lado los penosos
trabajos que en su predicación padecieron, las diferen–
tes lenguas que con admirable constancia hubieron de
aprender, las idolatrías y supersticiones que arranca–
ron, á costa de la vida y de la sangre de muchos de
ellos que generosamente derramaron por la fé fecun–
dísimo riego que hizo brotar suaves y regalados frutos
de bendición.
Ocho fueron, según el cronista Calaneha, pág.356.
los admirables preceptos, que más bien que escritos en
un código, grabados en su corazón llevaban aquellos
venerables propagadores de la luz, de la verdad y de
la vida.
El primero; que sólo mirando á Dios
y
al prove–
cho del prójimo, viviesen con más perfección en las
dotrinas, que á vista de los Prelados en los conventos,
estrechando la vida con penitencia y virtudes para que
el buen ejemplo apoyase su predicación, temiendo el
castigo de Dios, que sería el más riguroso de su
j
usti–
cia, si los infieles que iban á convertir viesen en sus
predicadores vicio alguno de los que íban á extirpar.
2. Que pues habían dejado sus patrias,filiac·iones,
parientes y climas en España, los que de allá viniesen,
y las haciendas y regalos los que acá tomaron el hábi–
to, movidos de caridad y con el mérito de la obedien–
cia, con deseo de convertir infieles y de enseñar la fé,
padeciesen por Cristo, los trabajos, penalidades, ha tn–
bres
y
fatigas que conviniese á su predicación, ofre–
ciéndose por sola una alma al penoso martirio del n1a–
yor trabajo.
3. Que no tratasen de interés humano, siendo en
todo pobres evangélicos, andando á pié los canünos
que lo permitiesen, sin más defensa que unas humildes
sandalias; no admitiendo de los indios oro, plata ni
otro metal, salvo legu1nbres ó maiz, sin prevenirse de
comidas; porque su interés sólo había de ser adquirir
ánimas para Dios, dando á conocer
á
los indios que ]os
religiosos no buscaban riquezas en sus tierras como los