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extracto anteriormente sacado de un cronista de la

época?

De la verdadera conversión de millares de indios,

leyendo imparcialmente los Cronistas de aquellos tiem–

pos, no puede dudarse, á no ser que sea lícito desmen–

tir y echar por tierra toda la historia humana.

No he de negar, sin embargo, que algunos aboríge–

nes del Perú no se convirtieron ni

á

la religión cristia–

na ni á la civilización, y que un número considerable

de ellos simplemente la confesó con los labios, no pe–

netrando jamás en el fondo de su corazón; es decir,

que muchos de los que recibían el bautismo; lo hacían

sencillamente ó por respetos humanos

ó

por congra–

ciarse con ]os misioneros y conquistadores, quedando

tan pegados como antes á sus idolatrías y

funesto~

vi–

cios; ¿pero ha de culparse por ello con justicia al misio-:–

nero? ¿No hemos de encontrar ninguna explicación

del fenómeno en el carácter moral del indio,

~obre

el

cual tanto se ha. escrito y tantas inexactitudes se han

dicho, lo mismo que de la tan decantada civilización

incaica, todo ello por ·echar un borrón sobre las legíti–

mas glorias de España

y

la meritísima obra de los re–

ligiosos?

Yo creo sencillamente que sí.

Casi todas las apreciaciones y

jui~ios

que se hRn

hecho sobre el carácter moral del indio, están basados

en la relación que hizo acerca de este punto Mancio

Sierra de Leguízamo, famoso entre los conquistadores

por sus hazañas y principalmente por haber perdido

en una partida de juego la efigie dorada del Sol que

le había tocado como despojo en la conquista del

Cuzco.

Afirma en esta declaración dirigida á Felipe I I,

el citado Mancio Sierra, que entre todos los indios no

había un ladrón, ni hombre vicioso, ni holgazán, ni ha–

bía n1ujer adúltera ni mala, ni se permitía entre ellos,

ni gente mala vivía en lo moral

y

que los hombres te–

nían sus ocupaciones honestas y provechosas.