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Es indudable,
y
varios historiadores lo afirman,
que dados los supremos instantes e[\ que hizo esta de–
claración el célebre conquistador
español~
pues fué
momentos antes de morir, exageró en gran manera
aquella vida metódica, disciplinada y al parecer in–
maculada de la raza indígena, tal vez para descargar
su conciencia, atormentada por crueles remordimien–
tos
y
reparar en lo posible acciones no del todo lauda–
bles en su azaroso viaje por el Perú.
Porque de ser verdad lo que este aventurero español
afirma, habría que echar por tierra todo lo que nos
cuentan detalladamente los demás cronistas respecto
de los inmundos vicios en que se hallaban sumidos los
indígenas. Pues como dice el historiador Lorente: «No
solo rudos conquistadores como Pedro Pizarro, natu–
ralmente inclinados á calumniar á sus víctimas, sino
misioneros animados del puro celo de la conversión,
autoridades políticas
y
eclesiásticas tan ilustradas co–
mo bien intencionadas, filósofos é historiadores, que
buscaban la verdad con hábil solicitud, y lo que es
más. distinguidos
y
bien formados indios han repre–
sentado las costumbres imperiales bajo aspectos poco
lisonjeros, reconociendo unos la descarada corrupción
de las clases superiores
y
presentando otros al pueblo
con los vicios inseparables de su servidumbre.>>
El tantísimas veces por mí citado, padre Calancha,
que tanto defendió
y
tan acendradamente quiso
á
los
indios, á cada paso nos los pinta llenos de lascivia y da–
dos con desenfreno á la sensualidad
y
nefandos peca–
dos contra la naturaleza, supersticiosos, ingratísimos,
en lo cual dice, se parecen á los
judíos~
y
sobre todo,
habilísimos maestros en el arte de simular
y
fingir. Y
aunque los hurtos, exacciones y rapiñas estuvieran
desterrados del imperio, no arguye por cierto morali–
dad alguna, porque dado el régimen comunista entre
ellos establecido, ¿qué utilidad les reportaba el tomar
lo del prójimo, si cada uno tenía suficiente con lo suyo,