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ocasiona en la cosecha. Al trasquilar el ganado ocul–
tará algún bellón entre las espinas
y .
piedras. No sal–
drá de la mina sino con el cuerpo y el cabello cubierto
de metálico. De cualquier riqueza que se le confie
sustraerá siempre algo. (Lorente: Pensamientos sobre
el Perú, pag. 43).
Otros muchos testimonios bien autorizados
y
nada
sospechosos, pudiera citar en corroboración de mis
asertos, ó sea de que el carácter moral del indio, ya
por causas externas como el régimen teocrático
y
co–
munista de los Incas, ya por constitución fisiológica
y
síquica deja mucho que desear y está muy lejos de ser
lo que han supuesto algunos escritores para descargar
sobre España, que al fin y al cabo civilizó estas tierras
á
costa de su misma sangre, el peso de sus iras cuando
no el látigo de
su~
improperios.
Si muchos de los conquistadores, encomenderos
y
demás funcionarios públicos que á estas tierras venían
de la Península, cometieron exacciones, crímenes
y
violencias, que soy el primero en reconocer, no puede
negarse que el Consejo de Indias y los Reyes de Espa–
ña, informados por los religiosos
y
varias veces por los
Virreyes, de la índole y carácter tímido
y
apocado de
]os indios y de los atropellos que hombres sin concien–
cia perpetraban con la mayor violencia y descaro, dic–
taron las leyes más bondadosas en favor de esta des–
graciada raza, como puede verse de una manera espe–
cial en el libro VI de la
Nueva rJ?.ecopilaci6n de leyes de
Indias
y en el libro II cap. XVIII de la
Política
In–
diana de
Sol6 1-· zano.
Código mas humanitario y benigno
no lo puede presentar nación alguna conquistadora.
En esas leyes se ordena que los indios, considera–
dos entre las p@Fsonas
m .is
n: iserabl es
y
humildes,
gocen de los privilegios de rústicos y menores, sean
favorecidos y amp,arados, s-e remedien sus daños y que
vivan sin molestia; que los españoles los tengan bajo
su protección y los traten como verdaderos hijos espi–
rituales; que se respete su libertad y no se les sujete á
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