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ñoles
y
algunos de los abusos cometidos jamás encon–
traron correctivo ni remedio; pero dada la dilatadísi–
ma extensión de estos territorios, las difíciles vias de
comunicación y la enorme distancia que de España los
separaba, la acción vindicadora y justiciera del Con–
sejo de Indias no podía ejercerse con la rapidez y ener–
gía que fueran de desear.
¿Pudieron hacer otra cosa en la mayoría de los
rasos? ¿Hicieron más otras naciones?
Se han acortado hoy las distancias, se ejerce una
vigilancia·más inmediata y estricta,
y
sin embargo se
abusa descaradamente también de esa raza infeliz que
parece haber venido al mundo para ser el árbol caído
del que todos arrancan una astilla ,
Por lo que hace á España, no hay más remedio
que reconocer, como dice Altamira, los hechos que
constituyen gloriosas y repetidas excepciones de lo
común, y que representan la efectuación de los princi–
pios humanitarios, tanto en el modo de realizar la con–
quista, como en la organización
y
trato de los indios,
una vez realizada aquella.
Tenemos en primer lugar. además de las predica–
ciones é inauditos esfuerzos del P. Las Casas en el
Congreso de Valladolid, su conducta en Chiapa
y
en
otros varios territorios, donde implantó su benéfico
régimen; la labor caritativa, desinteresada
y
digna de
todo encomío de muchos Protectores de Indios, que
trabajaron lo indecible, arrostrando las iras de mu–
chas autoridades interesadas en la explotación de los
indígenas; la extraordinaria obra en pró de estas razas
del P. Benavente, adorado por los indios á quienes
trataba como á verdaderos hijos suyos, y al cual lla–
maban en idioma nahualt
M otolinia,
que quiere decir
peb:·ez.l,
pues fué un verdadero amante de esta virtud;
los trabajos del padre agustino fray Alonso de Borja,
fundador en México de una república evangélico- so–
cial, en la cual, más de doce niil indios , imitadores de
la perfecci .">n religiosa, vivían dividiendo las horas del