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nas y elementos introducidos por los españoles. Se

puede comprobar lo que afirmo con oir simplemente

un yaraví incaico de la colección del señor Robles y

un triste colonial; el menos preparado para discernir y

comprender la música notará la enorme diferencia

de ambas canciones. La incáica es sentimental, lasti–

mera, dolorosa, monótona y sensualista; tiene, en una

palabra; todos los caractéres sicológicos del indio.

Y sobre todo, téngase en cuenta que de la vaga

melancoHa y honda sentimentalidad de las canciones

incaicas participan todas las canciones primitivas de

los distintos pueblos y de las diversas razas del globo;

y cuanto más antiguas son más tristes y melan–

cólicas.

Las canciones populares rusas, tal vez las más ri–

cas y variadas de todos los pueblos son intensamente

tristes y desoladoras como sus desiertas estepas. Las

de Irlanda y Escocia son vagas y melancólicas con to–

da la tierna y dolorida poesía de sus lagos y montañas.

¿Y qué diré de la divina <<saudade>> y nostalgia de que

están saturados los airiños y nuñeiras de Galicia? De

igual índole participan muchos de los zorcizos vascos,

algunos cantos andaluces

y

la generalidad de las can–

ciones primitivas alemanas.

¿Qué pudo influir en los

primitivos pueblos que tan hondas huellas de dolor nos

han deja do en sus cantos?

En algunas razas tal vez el recuerdo más ó menos

vago del Edén perdido; en otras acaso la memoria de

aquellas espantosas catástrofes que azotaron á la hu–

manidad en las épocas primitivas, hoy casi todas com–

probadas por los descubrimientos de la ciencia mo–

derna.

En gran parte del Asia occidental se ha conserva–

do

á

través de los siglos, el recuerdo de un espantoso

diluvio; también la historia del antiguo imperio egip–

cio nos habla de grandes cataclismos y terremotos; y

en los pueblos del Mediterráneo se conservó viva la

memoria del hundimiento de la Atlántida, antiguo

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