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tura, sino ante la barbarie de los blancos. Un análisis
más detenido de los hechos en Australia y América ha
demostrado que los efectos frecuentemente desastro–
sos de una civilización superior son independientes de
la violencia y de los abusos. Se deben al cambio de
las condiciones de la vida y á la destrucción de la
constitución social.
Los aborígenes no adoptan la integridad sino una
parte de la nueva cultura, generalmente sus vicios; se
rompe el equilibrio económico, unas cosas adquieren
valor y atras pierden el que tenían; nacen deseos que
no se pueden satisfacer; se desorganizan los vínculos
que mantenían la cohesión social y con ella la seguri–
dad, sin que los recientes arraiguen lo suficiente para
reemplazarlos. Por eso, cuando la transformación se
completa los efectos desaparecen y tampoco alcanzan
á
las tribus que no alteran su modo de vida. El perío–
do fatal es el de transición. (Cornejo, <<Sociología gene–
ral» Tom.
I
pág.
401).
Quiero también desvanecer otra leyenda harto
vulgar por desgracia,
y
que no faltan escritores de re–
lativa notoriedad que contribuyen á perpetuarla, co–
mo sí se tratara de un hecho crítica y sociológicamen–
te comprobado.
Ante los larnentos desgarradores de la música de
los indios, música profundamente· sentünental y dolo–
rosa, de penetrantes quejidos y de desesperados gritos
han querido ver muchos la ola negra de la dorninación
española que arrolló furiosamente á esa raza y la hizo
prorrumpir en ayes doloridos y aterradoras quejas.
N ada más inexacto. Se han hecho algunos trabajos no–
tables acerca de la música
ineáica~
principalmente por
el padre Alberto Villalba y el señor Alo1nías Robles;
se ha podido conocer la música genuinamente incáica
y la que participa de influencias coloniales, y se ha de–
mostrado hasta la saciedad que es infinitamente más
desesperadora y triste la música propiamente incáica,
que la que se formó con elementos primitivos indige-