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ción del reino había sido enviado el dicho licenciado

Pedro de la Gasea; el ya nombrado Provincial de Cas–

tilla, por ruego del Emperador

y

mandato del general

Seripando escogió doce religiosos para que pasasen

á

plantar la semilla de la fé y de la caridad evangélica

en estos reinos del Perú, como ya lo habían hecho en

otras regiones con anterioridad al Perú descubiertas y

conquistadas.

Mientras se despachaban credenciales, cédulas rea–

les y patentes de los superiores, vino como para alla–

nar el camino y preparar debido hospedaje á los apos–

tólicos varones el padre Predicador fray Agustín de la

Santísima Trinidad, religioso ej emplarísimo que con

sus preclaras

y

heroicas virtudes bien pronto se hizo

acreedor a la admiración y cariño de los ciudadanos

de Lima, y especialmente de don Hernán González de

la Torre, caballero de bien probado valor y en extre1no

liberal y dadivoso, y de su cristiana y virtuosísima es–

posa doña Juana de Cepeda, señora principal

y

muy

devota de la Orden Agustina. Hospedaron estos dos

insignes y señalados bienhechores de la orden Agusti–

na en una de sus casas, cerca de la que es hoy parro–

quia de San Marrelo(que fué el primer convento y des–

pués Monasterio de las monjas de la Santísima Trini–

dad, al padre fray Agustín, y en ella vivió hasta el año

de 1550, en el cual murió, habiendo dejado gran fama

de virtud, letras y ardiente caridad.

Poco tiempo después de la muerte de este vene–

rable religioso, llegaren á Lima el 21 de Junio de 1551

los doce fundadores de la orden agustiniana en el Perú,

precedidos, al decir de Torres y de Calancha, de escla–

recida fama de santidad y ciencia, y de acrisolada ca–

ridad, como tuvieron ocasión de comprobarlo en el

largo y penoso viaje que hicieron desde San Lúcar de

Barrameda donde se embarcaran, hasta Panamá, en

donde ardientemente les invitaron para que se queda–

sen á evangelizar aquel]as tierras, prendados de su

mansedumbre y dulzura y de su espíritu apostólico.