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Por último, Vitoria no se atreve
á
condenar del
todo el título de que los indios resultasen favorecidos
en que otros los gobernasen; pero agrega que esto es
más bien motivo de discusión que de afirmación, y en
todo caso. de caridad para con los índios y nunca de
provecho para los españoles.
De todo lo dicho deduce Vitoria que, en caso de
no existir ninguno de estos justos titu los (hipotéticos),
los españoles sólo podrían ocupar las regiones desiertas
de las Indias y cambiar con los indios las cosas que les
sobrasen. Pero añade, que después de los hechos con–
suma\los ni convendría ni sería lícito á la corona de
España abandonar de un modo absoluto la adminis–
tración de las Indias.
En la famosa controversia del Congreso de Valla–
dolid entre el cronista Sepúlveda y el padre Las Casas
nada más se dijo en concreto. Sepúlveda defendió sim–
plemente los títulos que Vitoria había rechazado y Las
Casas se apoyaba en los argumentos jurídicos
y
teoló–
gicos de Vitoria.
Este era el intrépido valor con que aquellos inte–
gérrimos varones, verdaderos representantes y porta–
voces del espíritu cristiano y de las enseñanzas de la
Iglesia se oponían
á
los imperia]ismos dañosos, desde
todo punto de vista, para España y á las desmedidas
ambiciones de conquistadores y aven tureros. Y no se
vaya á creer que su autorizada voz se perdió en el va–
cío; pues la mayor parte de los decretos y sabias dispo–
siciones que los monarcas españoles dictaron en favor
de los indios, fueron todos ellos inspirados por las rela–
ciones que los misioneros y provinciales de las ordenes
religiosas enviaban al Consejo de Indias, sien1pre pi–
diendo protección y justicia para la desgraciada raza
aborigen.
Hay que advertir también que muchos de los
abusos cometidos por los col"l:qui stadores fueron ex–
traordinariarnente ex agerados, sobre todo por el obis–
po de Chiapa. el dominico padre Las Casas. Por eso el