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renzo de Villavicencio, clarísimas lumbreras de la Uni–

versidad de Salamanca, educadores de aquella juven–

tud que algún tiempo después había de asombrar al

mundo con su profundo saber; Diego de Zúñiga, el

primer defensor del sistema de Copérnico en España;

el maestro fray Luis de León, filósofo, escriturario

místico, teólogo de primer orden, y sobre todo, altísi–

mo poeta lírico, el primero de España en su género

y

tal vez uno de los primeros del mundo; Basilio Ponce

de León. fray Juan Márquez, Malón de Chaide y otros

innumerables que llenaron el mundo con sus glorias.

Herederos legítimos de aquel saber y doctrina, los

agustinos que Hegaron al Perú, bien pronto se dieron

á conocer por todo el reino como varones verdadera–

mente extraordinarios.

Con el auxilio de limosnas particulares y subven–

ción de la Real Hacienda fundaron su primer Conven–

to

é

Iglesia en el sitio que ahora ocupa la parroquia de

San Marcelo, fábrica humilde, edificios pobres y mo–

destos, proporcionados á la humildad y perfección de

tu espíritu; pero entre aquellas desnudas paredes se

levantaba un edificio espiritual de tan alta perfección,

que no lo gozó mayor en aquel dichoso siglo nuestra

Orden en todo el ámbito de ambos mundos. como dice

un Cronista.

Eran sus cuotidianos ejercicios, asidua oración y

fervoroso recogimiento, en cuyas prácticas templaban

y

robustecían el espíritu para volar después en alas de

su celo apostólíco por las serranías y pampas, quebra–

das

y

montañas, llevando la luz de la civilización y de

la fé a los que estaban sumidos en las tinieblas de la

idolatría y de las más groseras supersticiones. En to–

das las virtudes, como dice el cronista Torres eran con–

sumados; pero en la santa pobreza y en el celo de la

conversion de los indios procuraba cada uno señalarse

entre todos.

Acudía» a visitar cotidianamente a nuestros reli–

giosos, con emuladora solicitud, atraídos por el suave