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y
sin más esperanza de recompensa que la gloria de
Dios
y
la salvación de tanto desgraciago. Y hoy, que
por la injuria de los tiempos, ya se han borrado de la
memoria de muchos, vuestros enormes
sacrificios,
vuestra caridad sin límites, vuestra paternal solicitud
y vuestra bellísima obra de abnegación, de cultura, de
civilización y de verdadero y único progreso, se os ca–
lumnia con la mayor impudencia, afirmando que sólo
acá os trajo la codicia de riquezas fabulosas y el an–
helo de una vida regalada y ociosa. delicada y muelle.
Pero sigamos extractando las Crónicas de aquel
tiempo y veamos si es verdad lo que afirman algunos
de los modernos historiadores.
La cristiana caridad y la santa emulación, al ga–
lano decir del cronista Calancha, condujo soldados pa–
ra la dificultosa conquista espiritual de estas Indias,
moviendo á otros celosos frailes que dejasen su filia–
ción de España
Y.
la quietud de sus celdas y viniesen
á
rnultiplicar este ejército, y á otros seculares, que vien–
do morir de hambre en la fé á los ignorantes, y que
sobrando el pan del Evangelio, faltaba quien lo repar–
tiese para tantos; y que tierra tan inculta había me–
nester obreros que la barbechasen con esperanza de
abundantes cosechas en frutos de nuevos cristianos.
Vinieron pues algunos religiosos más, ávidos de
extender la religión y la cultura europea por estos rei–
nos, y, en menos de veinte años, se extendió esta Pro–
vincia de San Agustín desde Chuquisaca hasta el nue–
vo reino de Granada y desde Tarij a hasta Chile. Fun–
dáronse varios conventos antes de dividirse la Provin–
cia; pero he de dar de mano á su numeración, que no
me interesa por ahora, y reseñaré, aunque sea á la li–
gera, los innumerables indios que nuestros religiosos
convirtieron y civilizaron, anotando sus nombres dig–
nos de toda memoria y gratitud, aunque se me tach e
de difuso y pesado.
El primer agustino que salió á la conversión de
los indios fué el venerable padre fray Juan Ramírez,
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