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<< que obró más con su prudencia, que las justicias con

<< su miedo, valiendo más el celo de este Religioso que

«

las varias cizañas que sembraba el Demonio. Duró

<< el ser ángel de paz y fiel apaciguador de tan diversos

<<humores más de dos años y medio, hasta que vino

<< virrey, en que sirvió á Dios como siervo fiel

y

á su

«

Rey como vasallo leal.>> (Calancha, pag.

213).

Y no sólo en pacificar estos reinos, destruir con–

juraciones, limar asperezas y dar sapientlsimos con–

sejos a capitanes, gobernadores y virreyes se ocupaban

los venerables religiosos; lo que con mayor ardimiento

de caridad hacían, era recoger indios, acariciándolos

cariñosamente, con la tierna solicitud de un padre, co–

nlo dice un Cronista, catequizándolos en la fé por in–

térpretes que tenían y enseñándoles la doctrina por

unos cuadernos que en la lengua de indio trasladaban.

Sucedía esto durante un año que mas

ó

menos

tardaron en imponerse suficientemente en la lengua

propia de los aborígenes.

Meritísima labor, en orden a la cultura, civiliza–

ción y progreso de estas razas hicieron estos ilustres

hijos de San Agustín, herederos de la sabiduría y de la

ardentísima caridad de su gran Padre, que perpetua–

mente vivió sacrificándose por la salud de su prójimo.

Si grandes fueron las hazañas de los conquistadores

españoles en aquellos gloriosos siglos, hazañas que to–

davía no han tenido un Ho1nero que dignamente las

cante; aún fueron muy superiores las de esos descono–

cidos misioneros, que abandonándolo todo, patria, fa–

milia y comodidades, llevaron la civilización verdade–

ra y el progreso moral más sublime que han conocido

los siglos, cual es la palabra del Hijo de Dios á estos

mundos desconocidos, sufriendo terribles inclemencias

y rigores del tiempo, vadeando anchos y profundos

ríos, salvando montañas inaccesibles, atravesando he–

ladas y desiertas punas, sin más armas que su brevia–

rio y la Cruzdel

Redentor~

y sin más defensa que el fue–

go del amor divino que en su pecho vivamente ardía,