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, , zaron á decir entre sí

:

¿Quién es

este~

que perdona hasta los

»

pecados (1)?

»

Era ya tan notario, que Jesucristo, era el Juez de las conciencias,

y que para alcanzar perdon era preciso presentarse ante él, que Jos

mismos Escribas y los Fariseos valiéndose de esta noticia, si bien

con fines siniestros, le trajeron á Jesus una muger., que acababan

de sorprender en adulterio, para que formase en juicio y fallase

sobre eiJa.

Y

como el Redentor conociese sus intenciones, y se com–

padeciese de la humillacion y arrepentimiento de la muger, re–

prochó á aquellos la criminalidad de su conciencia, por cuyo mo–

tivo le volvieron las espaldas; y dijo á la muger :

«

¿En donde

>>

están los que te acusaban? ¿ninguno te ha condenado? Dijo

»

ella: Ninguno, Señor.

Y

dijo Jesus: NI Yo TA?tiPoco TE

coNDE~

ARÉ:

>>

VETE, Y

NO

PEQUEs

MAS

(2).

D

En fin todas las conversiones, que

nos refiere la historia del Evangelio, hechas durante la predicacion

d~

Jesus y de sus discípulos, las de Mateo, Zaqueo, Pedro, Pablo,

la Samaritana, y las de la multitud de leprosos, tullidos, ende–

moniados, y de toda clase de enfermos, cuya curacion corporal

y

espiritual á la vez llena las páginas de los libros sagrados, todas se

realizaron por el ministerio personal de Jesucristo, ó de sus discí–

pulos por medio del bautismo.

Las mismas parábolas del Evangelio relativas á este asunto, en

que el Dr. De Sanctis vé marcada

la confesion secreta

á

solo

Dios

como única condicion para poder merecer la remision de los

pecados, son comprobantes luminosos de la verdad., que sostene–

mos. Una reflexion sencilla hubiera podido descubrirla á nuestro

hermano disidente : bastára notar., que era Jesucristo quien propo- ·

nia esas parábolas.,

y

que las traia para comprobar su mision recon–

ciliadora

y

salvadora.,

y

poner en mayor realce los caractéres de su

misericordia para alentar á los pecadores

y

excitarlos á que aeudié-

(i)

Lu9., c. vn,

á

v. 37, etc. -- (2)

Joan.,

c.

VIII,

á

v. 3, et.c.