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eficacia de la oracion para alcanzar la abundancia de frutos desea–

da~

no estamos dispensados de labrar la tierra, sembrarla

y

cultivar

las plantas; así la eficacia de la oracion para merecer la justifica–

cion no nos desobliga de poner las otras

condiciones~

entre ellas la

confesion~

preceptuadas al efecto. Jesucristo con esa parábola arguia

y

reprendía á los Fariseos por las reglas de su ley : y segun

ellas, un pecador, ademas de la oracion en el templo, debía pre–

sentarse al sacerdote para hacer su

conf~sion,

y

ofrecer el sacrificio

segun su pecado.

Bajo la misma inteligencia deben citarse las palabras de la ora–

cion dominical-

perdónanos nuestras deudas, así . como nosotros

perdonamos

á

nuestros deudores

(1). Todo el contenido de esta

preciosa

oracion~

se dirige á impetrar las gracias necesarias para la

vida temporal, espiritual y eterna. Pero así como Dios no nos dará

el pan cotidiano, si no sacudimos la pereza y nos aplicamos al tra–

bajo; ni nos librará de la tentacion, si no evitamos los peligros, ni

nos concederá el reino de su gracia

y

de su

gloria~

si no observamos

sus mandamientos; tampoco nos perdonará nuestros pecados si,

ademas de la

oracion~

no abrazamos la penitencia tal cual él lo ha

dispuesto, y no perdonamos las ofensas á nuestros enemigos, que es

todo lo que ·significan aquellas palabras, que siguen :

«

Si vosott·os

>>

perdonáreis á los hombres sus faltas, vuestro Padre celestial os

>>

perdonará tambien las vuestras. Ma.s, si no los perdonareis, ni

>>

vuestro Padre os perdonará (2).

>>

Todas esas son condiciones

necesarias para poder obtener el perdon

y

la justificacion en

e~

sa–

cramento de la Penitencia , En tendidas esas palabras en el sentido

protesta.nte pondríamos otra vez en lucha el Evangelio contra el

Evangelio,

y

devoraríamos los detestados absurdos.

Sin

embargo~

San Agustin

y

otros Padres creen, que con las

palabras citadas de la oracion dominical Jesucristo nos

~ió

un me-

(i)

Matth., c. vr, v. !2, et Luc., c.

XI,

v. 4. -

(2) Matth. c.

VI,

v. 4, et Luc.,

c.

XVII, V.

3.