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-79-

riores

·y

sensibles. Los

primeros

son

lo~

Sacerdotes,

á

los cuales se–

gun S. Pablo,

Dios les confió el ministerio de la reconciliacion

(i),

cuyo jefe es Jesucristo, autor

y

ministro

á

la vez de esa primera

obra;

y

los

segundos

son los santos

sacramentos~

que definimos :·

unos signos sensibles de unos efectos inter-iores

y

espiritualeE obrados

]JOr la gracia, que Dios infunde en las almas para santificarlas.

Jesucristo no podía ser inconsecuente en la

ejecuci~n

de su plan

divino, ni podia dejar imperfecta su obra maestra. Si Ia ·redencion

ha sido la revelacion del misterio de Dios, escondido

á

los siglos; si

1~

predicacion, los

mil~gros,

el sacrificio de la cruz, el bautismo, la

cena eucarística.... en una palabra, si todo lo que está ordenado .á

la santificacíon del hombre son medios exteriores

y

formas sensi–

bles; si todo se cumple por este organisn¡w con el fin de excitar en

el hombre los conocin1íentos de Dios y de sus misterios y de mover

sus afectos hácia Él; ¿por qué ley excepcional ·la sola santificacion

del hombre

y

la remision de sus pecados despues del bautismo po–

dría

y

debería realizarse, en el estado nQrmal, por la sola opera–

don interior, la sola

manifest~cion

mental de la conciencia

á

Dios.,

sin ninguna forma

espe~ifica

exterior, como quieren los protestan–

tes? Si en toda sociedad bien organizada hay un poder judicial, hay

jueces

y

tribunales para juzgar

á

los delincuentes

y

administrar la

justicia; ¿en el reino de Dios, que extiende su jurisdiccion hasta el

domicilio de las

co~ciencias;

en la Iglesia de Jesucristo, dotada de

la mejor de las legislaciones, la Evangelica -canonica, podrían

dejar de existir esos jueces y esos tribunales?

Jesucristo,

juez de vivos

y

muertos

(2), ha desmentido con su

ejemplo el ensueño reformista. Él estableció é inició

el ministerio

personal exterior

para la

remi~ion

de los pecados, que debia per–

manecer

y

perpetuarse en su Iglesia h.asta la fin del mundo, por–

que hásta la fin del mundo babia de haber en la Iglesia pecadores,

(i)

2. Cor., c. v. 18.- (2) Actor. , c. x, v. 42.