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perito,

y

manifestfrle el carácter de su enfermedad con todos sus

síntomas, su orígen

y

sus resultados, con firme resolucion de suje–

tarse

á

sus prescripciones. Obrar de otra manera seria proceder de

insensato.

«

Generalmente (dice el inmortal M. de Maistre) el culpable

obligado por su conciencia, rehusa la impUnidad que le prometía

el silencio. Yo no se que instinto misterioso, mas fuerte aun que el

de· la conservacion, le hace buscar el castigo ·que pudiera evitar.

Aun en los casos mismos en que no puede. temer ni los testigos ni

el tormento, exclama : Sí, yo soy... Qué cosa,hay

mas natural

al

hombre que este movimiento de un corazon que se dirige á otro .

corazon para depositar en él un secreto? El infeliz, desgarrado por

el remordimiento

ó

por h} pena, tiene

nec~sidad

de rin amígo, de

un confidente que le escuche, le consuele

y

algunas veces·le dirija,.

1

El estómago que

contien~

un veneno, y que se pone convulsivo

para arrojarlo, es la imágen natural de·uo corazon donde el crimen

ha derramado la ponzoña. El sufre, él se agita, él se contrae hasta

que encuentra el oido de la amistad,

ó

al menos el de la benevo–

lencia (1).

»

Esta es la voz de la razon, la expresion del genero hu–

mano, la conciencia de su natura eza, tan antigua como el mundo,

sobre cuyos díctamenes hizo descansar el Redentor de los horpbres

la benéfica

y

consoladora institucion del santo sacramento de la

Confesion

y

el precepto de su uso para sanar las conciencias

y

salvar

1

las almas.

Los Padres

y

Doctores de la Iglesia desde Tertuliano

y

Origenes

han desarrollado este pensamiento.

«

Y para que nada fafte (añade

el cé_lebre P. Ventura de Raulica) á la exactitud de la comparacion,

notad tambien, que así como los, remedios

corpo~ales,

causan gene–

ralmente repugnancia y disgusto en el momento de tomarlos, de la

misma manera la Confesion, el gran remedio de] alma enferma,

(i )

Du,

Pape,

lib. IJI, c. III. 1