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CAPITULO XIII
Armonia de Ia,razon con el dogma de la confesion sacramental.
Las obras de Dios se arn1onizan tan perfectamente, enlázanse
con tanta homogeneidad
y
con vinculos tan indisolubles; que, ape·
sar de su natural
y
hermosa variedad, no formán mas que una sola
escala, que nos eleva al dichoso
a
la par que delicioso conocimiento
de la sabiduría, omnipotencia
y
bondad del supremo
y
universal
Hacedor
(1).
En el estudio de esta ciencia, lejos de quedar apagada
la luz de la razon por el sol de la revelacion, recibe de este una
claridad tan admirable, tan inmensa, que abriendole
y
despeján–
dole nuevos horizontes, la pone al alcance de objetos para ella des–
conocidos. Entonces la criatura racional conoce su destino sobre la
tierra, .el fin ulterior á que debe aspirar,
y
los medios que la Pro–
videncia divina ha puesto·á
s~
disposicion para llenar aquel
y
al..
canzar á este. La confesion sacramental, que entre ellos ocupa un
lugar preferente, no le parece
ya
un absurdo, una tiranía;. es
sí
para ella un elemento de vida_, una confeccion saludable, una insti–
tucion consoladora, moralizadora
y
salvadora, dada al hombre para
su estado de viador, doliente
y
perfectible.
¿Qué podrá ver la incredulidad
ó
la heregia de
repugnante
á
la
(i )
<<
Invisibilia enim ipsius Dei
a
creatura mundi , por
ca
qure
facLa
sunL
in tcl–
" lecta, conspicíuntur : sempiterna
qnoqne
ejus virtus el
clivinitas : ita
ut sint
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v. 20.