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en que se dá á los contritos esa remision. ·Al hereje poco le importa
el rebajarse, mientras pueda propinar el veneno.
Innecesario hubiera sido entrar en la discusio·n sobre el verda–
dero
y
genuino sentido de unas palabras, que el mismo Evangelio
autoriza con la omnipotencia de todo un Dios, si el genio astuto del
error no se empeñara en crear nubes que ofusquen al sol de Ja
verdad. Cuando Jesucristo dijo al paralitico :
«
IIijo, te son perdo–
nados tus pecados
(
i) :
»
ninguno de los circunstantes cayó en el
absurdo de creer, que el Salvador del mundo hablase
de la preclica–
cion del Evangelio:
sino que entendiendo bien este lenguaje, pero
escandalizados de que uno, que para su afectacion no era mas que
puro hombre, pudiese tener tal potestad, le replicaron :
¿
Y quien
zntede perdonarpecados sino solo Dios?
Pero Jesucristo, lejos de
apartarlos de esta inteligencia, los confirmó en ella, contestándoles:
«
Pues para que sepais que el Hijo del hombre tiene potestad sobre
»
la ti erra de
perdonar pecados;
levanta te,
ó
paralitico, toma tu
»
lecho,
y
vete
á
Lu casa. Y levantase,
y
fuese
á
su casa (2).
»
El
milagro puso el sello al verdadero sentido de sus palabras.
«
Y
'>
cuando esto vieron las gentes (añade el Evangelista), se llenaron
»
de temor
y.
alabaron
a
Dios, que
di6 tal potestad
á
los hombres.
>'
La misma declaracion explicita hizo el Redentor
á
la Magdalena
y
á
todos los convidados de la casa de Simon fariseo, cuando dijo con
repeticion :
«
Mujer, te son perdonados tus pecados
(3) :
»
sin que
nadie de los oyentes sospechara siquiera, que el Señor hablase
ele
la
predicacion del Evangelio.
Jesucristo jamas fué un impostor;
y
si
no pudo engañar
á
los Judíos, cuando se trataba de
perdonar los pe–
cados,
mucho menos pudiera burlarse de sus queridos Apostoles,
al decirles, que les concedía
la potestad de perdonar los pecados,
y
retenerlos.
La tradicion de los Padres y la Iglesia entera desde el tiempo
(i)
Matth., c.
IX,
v. 4.- (2) lbid., v. 6. -
(3)
Luc., c. vn, v. 42, etc.