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trascurridos, vive todavía,
y
gracias á
Dios, en perfecta salud.
Dejemos á un lado el sueño, ó cual–
quiera otra cosa que fuera; de lo cual
piense cada uno como le parezca. Pero
quien considere por sí la transición re–
pentina del estado en que la
enfermas~
encontraba,
á
la salud perfecta, no podrá
contener la risa ante la suposición de
qne pudiese esto suceder por engaño de
la imaginación.
XIV
De los miles y miles de semejantes
prodigios que tendríamos á mano para
exponerlos, basten, para nuestro objeto,
los cinco aquí relatados. Ateniéndose
á
las leyes de la naturaleza , no se puede,
por cierto dar razón aceptable. Lo mila–
groso se manifiesta á primera vista.
Ahora bien, ¿á qué argumentos críti–
cos recurre Emilio Zola, para arrebatar–
les el carácter sobrenatural? Véase si no
son propiamente novelescos.
¿A la virtud natural del agua que bro–
ta de la gruta? No lo hace entender su–
ficientemente. Comprende él también
que un chorro, cuya. agua fuese natu–
ralmente eficaz para sanar en un rato
las enfermedades de toda especie, aún
los tubérculos y los cánceres, por esto
mismo sería milagroso, puesto que sal–
dría en todo de la composición del ag·na