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estas treinta haya sido fruto del entu–
siasmo de los peregrinos, ó como él di–
ce,
del delirio desarreglado de la fe
?
Agl'éguese que el mayor número de
los prodigios se han efectuado y se efec–
túan en el silencio de las piscinas, y en
la soledad de la gruta, cuanrlo ni nna
sola voz se levanta para estorbar el dul–
ce
1·uído
de las hojas, y el
plácido
mur·
mullo del Gave.
¿Pedro de Rudrler y la señora de Pra–
tovecchio lograron tal vez de nuevo la
salurl instantáneamente entre las con–
mociones del entusias17"'Q]
Un judío, para acreditar la novela dA
Emilio Zola, estampaba, hace poco, que
ést.e "nos ha dado la razón humana del
milagro."
¡Razón humana! Pero ¿de
cuál humanidarl? de la que piensa ó de
la que llora en la cuna
y
chupa el pecho
de las nodrizas?
XVI
Por lo demás, como Emilio Zola no ha
descubierto las tierras de los antípodas
t.ampoco ha inventado por sí la crítica
del milagro de Lurdes, de la que hace
tanto ala1·de en su novela.
Ha puesto sobre el papel y en boca
<ie sus personajes, lo 1ue se ha oído de–
cir
y
repeti1· por los incrédulos los más
vulgares y por los materialistas de más
b;1jn estofn.