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vers
de París,
á
los incrédulos á demos–
trar la falsedad de dos
á
lo menos, de
los milagros contados por Lasserre en
su historia.
Y
no habló por hablar: pro–
metió el premio de diez mil francos, ó
la mayor suma que otros quisiesen, al
que hiciere victoriosamente la demos–
tración. Un libre pensador se ofreció,
pero poco después, viendo cuan mal le
iba, se retiró vergonzosamente. El Sr.
Artus rer.oYÓ el reto: dep<;>sitó quince
mil francos ante el escribano Sr. Tur–
quet: esperó meses tras meses. Aquella
bonita cantidad estimulaba el apetito.
Sin embargo, ni uno de los adversarios
se movió para ganársela. Transcurrido
largo tiempo y sin que nadie recogiese
el guante, el Sr. Artus lo refirió todo en
un libro, que regaló
á
todos los miembros
del Instituto, á todos los periódicos y
diarios de creyentes y descreídos: y
en él concluía que la impotencia de la in–
cr~dulidad
para combatir los milagros
de Lurdes, equivalía
á
una expléndida ,
confirmación de los mismos.
(*)
Zola no conoce tal vez un caso más cu–
rioso aún; y es que este mismo reto
id
y ved
fué repetido, diez afios há, por el
Gaulois
de París, dirigido por el
judío
Arturo Meyer. En Agosto de
1882,
ca-
(*)
Les miraoles de
N.
D.
de
Lourdes. Défl public
á
la libre pensée. .Paris Víotor.Palmé-18?'2.