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iA DIOS AREQUIPA!

En lontananza, comienza á verse una vaga claridad, risue–

ña precUTsora del dia, que no está léjos; las horas de la no–

ehe han pi:i,sado ya, y la madrugada con su indecisa luz disipa

las últimas sombras en que, la tierra ha estado envuelta. La

alborada de una nueva aurora, ilumina poco á poco las

eminencias del Misti, descendiendo luego sobre las colinas y

los valles, sobre las fuentes y vergeles, y coloreándolo todo

con matices de grana, oro y violado.

Gerardo

y

Guillermo montan sobre dos briosos corceles

mas ligeros que las corrientes del Chili. Derrepente Gerar–

do contiene el caballo, dirije su vista sobre la ciudad, y se.

déispide de ella. Adios, dice, adios Arequipa, ciudad noble por

tu antiguedad, agradable por tu pocision topográfica, risue–

ña por la fertilidad de tu suelo, encantadora por la bon–

dad de tus habitantes, suntuosa por tus sólidos edificios, her–

mosa por tus anchas calles, maravillosa por la construccion

de tu puente de fierro, rica por tu comercio

y

conocida en

todo el mundo por la fama de tus hijos. Serás dichosa mién–

tras seas católica, 'serás fé}iz mientras conserves la fé de tus

pach-es en toda su- pureza,

y

tus costumbres sean confor–

fnes á tus creencias. Tu no ignoras que la verdadera civi·

lizacion

y

todos los bienes sociales son una consecuencia na–

tural de la doctrina católica; Arequipa será un cáos de injusti–

cias, de violencias y de miserias cuando la impiedad logre so–

breponerse al Cristianismo: entónces Dios te hablará por me–

dio de calamidades....Al éco de la voz de Dios la tierra se

·estremcerá, temblarán los montes mas elevados, se levanta–

rán nubes de polvo

y

convertirán el dia en una pavorosa noche,

se desmoronarán tus edificios, arruinaránse tus templos,

caerán tus soberbias torres,

y

en el tiempo que tarda la pén–

dola del reloj en recorrer su trecho, ¡Arequipa! ¡-0iudad la

mas fuerte del Peru! serás reducida á montes de ruinas; los

padres y los hijos, las matronas y las vírgenes, los ancianos,

los ricos, los pobres, los vivos y los muertos todos estarán

hacinados y confundidos en esa tremenda catastrofe. El are–

quipeño mas valiente se estremecerá como la hoja del tere–

binto que tiembla bajo las brisas de Judéa, no se verán sino ros–

tros pálidos, retratos de congoja y desesperacion, cada rumor

será una queja, cada murmullo un suspiro, cada imaJen una

señal de tristeza. Algunos dias se emplearán en buscar á las

víctimas: unos necesitarán sepulturas, otros nuevas _amputa-