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allí escücháras á una multitud innumerable de pintados paja–
rillos que hacen resonar sus dulces amores en medio de los
bosques; aquí no aspira.a sino un aire húmedo y malsano, a.–
llí
gazáras de una aura apasible que refresca las llanuras y
corre sobre las espigas que doblega y endereza, haciéndolas on·
dular como un rio de oro; aquí no ves sino un pequeño jarro
.de agua turbia, allí verias á caudalosos rioR que pasean sus
-corrientes sinuosas por los prados que amenizan; allí escucha–
rás el ruido de rá1)idos torrentes que precipitándose de lo alto
de las rocas en espumosos borbotones huyen al traves de los
valles, y admiráras como á tiempos llueve de lo alto de las nu·
bes; aquí contemplas la pálida luz de ese candil que apenas
ilumina el corto espacio de ese subterráneo calabozo; allí que·
darías asombrado al ver al sol derramando sus luces sobre las
alegres campiñas, llenando al mundo con sus luminosos rayos,
vivifica
y
fecund,a toda la vegetacion.
Con esta relacion el jovencito no puede formar una idea
perfecta de los adornos que engalanan al universo, como no la
forman los sordos de los sonidos,
ni
los ciegos de los colores
á
pesar de todas las explicaciones.
Gerardo.-Con
que ,por mucho que se bable de la gloria
¿jamás llegaré á comprenderla?
Guillermo.-Jamás,
¡tmigo, porque es infinitamElnte supe·
rior á nuestra capacidad.
El·iseo.-Figúrate
mi Gerardo, ¿cuál seria el asombro de
aquel jóven que nació en el oscuro calabozo, si lo sacasen de
allí para que víera el mundo material en que habitamos?......
quedaría atónito al ver los espaciosos pr!tdos alfombrados con
tanta multitud y variedad de florecitas, admiraría la agreste
rusticidad de algunos desiertos y las gracias con que la natu·
raleza adorna los campos en la risueña primavera: aquí viera
como brotan de la tierra mil arroyuelos que ruedan sus a–
guas cristalinas amenizando los va.lles, manteniendo en ellos
una agradable frescura y adormeciendo con su suave susurro;
allí se asombrára viendo al mar unos dias claro y terso como
un espejo, y otros tan locamente irritado con las rocas que
Be
estrella en ellas con horrísonos gemidos levantando olas como
montañas; en una parte contemplára las populosas ciudades, los
magníficos palacios, los fioridos jardines y los
h~rmos@s
templos
que esconden en las nubes sus soberbios campanarios; en otro
hallaría metales inestimables, piedras preciosísimas, tesoros ri·
quísimos,
y
en todas admiraría los primores, los encantos y las
maravillas de la naturaleza: la prodigiosa variedad de aves que
pueblan los l\ires, la admirable diferencia de peces que encier-