-86-
YELADA DECIMA QUINTA.
Dios crió los cielos con sus
astro~,
la luz con todos sus en–
cantos, los aires con tanta, va,riedad de aves. Al influjo de su
voluntad se ex.tendió majestuosamente
la
inmensa cortina del
firmamento, se encendieron los luminares celestes
y
st: reunie·
ron las a,guas en el dilatado espacio de lOs mares. A una mirft·
da del Omnipotentegerminaron las plantas en el seno de la tier–
ra, alzaron su caliz las primeras flores aromatizando la vfrgen
aura de los campos, pulularnn los animales, y apareció por fin
el hombre, obra maestra de la Suprema Sabiduría, rey de la
naturaleza, imágen <lel Criador, cuyas tendencias naturales se
dirigen
á
la inmortalidad. Las tendencias del hombre son un
rntlejo ele las Divinas, y siendo estas esencialmente infinitas,
tienon aquellas que participar de esta infinidad.
Sí fas tenden–
cias del hombre son infinitas, su fin tambien lo es; de lo con–
trario, Dios se hubiera burlado del hombre poniendo. en su vo–
luntad deseos irrealizables,
lo
cual se opone
á
su justicia; pero si
su fin es infinito, ¿podrá ser este un objeto creado, que encier–
rn en sí las ideas de contingencia, límite
y
fugacidad? Esto se–
ria incurrir en el principio do contradiccion; su fin es el úni–
co Her infinito, es el que tiene en si la razon de su existiencia,
es Dios..... .
A esa hora en que la. luz artificial reemplaza
á
los claros
resplandores del sol, á esa hora en que el artesano deja su
trabajo y los arequipeüos salen á paseo, Don Eliseo salió al
jardín cuyas paredes desaparecian tras de floridas enrredacle–
ras. El suelo que pisaba estaba tapizado de violetas. Col–
gaban entre las flores de algunos granados jaulas pintadas de
color de rosa con varios pájaros que hacian vibrar en aquel ai-
. re embalsamado sus trinos, y sus encantadoras notas sosteni–
das. Entónces saliendo Don Eliseo al encuentro de sus ami–
gos, les dijo: en esta suave noche os aguardaba para tratar un
asunto de sumo interés. Vosotros convendréis, que el hom–
bre ha nacido para Dios,
y
no es dichoso sino en Dios: el de–
seo innato, la ansia inextinguible de gozar
y
ser feliz le anun–
cia que no
fue
criado para las afanosas alegrías y los tormen–
tosos placeres de la vida presente. Los Nerone<>, Alejandros
YTiberios agotaron la copa de la felicidad humana,
y
no ha–
llaron en el fondo mas que sufrimientos, amargm-as y lágrimas,
conocieron que el mundo entero no podia llenar su corazon, con–
fesaron que nada limitado poclian satisfacerle, se convencieron que
no hay placer sin dolor y dechtraron que todo es vanidad de va-