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celencia de las cosas, sino en el uso de ellas: para que con la.
participacion
y
uso del bien se haga bueno el que no lo es.
Gerardo.-¿Acaso
los amores
y
placeres labrarán nuestra.
ventura?
Eliseo.-Tales
goces, amigo, no llegan al alma, ni satisfa–
cen
el cornzon. Dios te
libre, Gerardo, de tan funestas pa–
siones. Ellas atormentan
y
abaten enteramente, sin dejar mas
instante de felicidad, que aquel en que el hombre se avergüen–
za
~e
ellas. El desencanto
y
los remordimientos vienen en pos
del de1eite
y
bien de cerca. El hombre se halla inmediata–
mente aba
ndonado
y
(lecaido, mira con horror al rededorde sí,
y
110
ve mas
q.ueabismos.
¿Cómo se ha desvanecido este edificio
de felicida
d, cuy0 amoroso arquitecto había sido una ima.gina–
cion exaltada, semejante
á
aquellos palacios de nubes que do –
xa por algunos minutos el sol en su ocaso? Virgilio describe
Ja dec;esperacion de la reina Diclo abandonada
y
sin honor. La
jóven vuela, buc;ca, llama
á
su amante, se averguenza de sí mis–
ma, se suicida.
¿Disimauire etiani sperasti?
Desventurado
Gerardo si te abandonas es
á
la impetuosa
y
casi indómita
fo–
gosidad de ·esas pasiones; sufrirás la perturbadora influencia de
estas violentas conmociones, de estos choques bruscos
y
ter–
l'ibles, que tras'tornan
y
despedazan
á
los que no tienen
fé,
ni
l'eligion, ni moral.
Gerardo.-¿Tal
vez los honores nos harán felices?
Eliseo.-El
corazon humano presenta contradicciones ines-
11licables. El inc:)Ustante corazon del ·hombre tiene en poco
lo que mas ha
deseado luego que lo posee,
y
se atormenta
.:p0r poseer lo que
a.unno tiene. El Emperador Séptimo Seve–
.l'o &elamó en s
n lecho de muerte:
"Lo he sido todo,
y
na–
,{la me sirve."
(Proudhom. ele la justice 73). El hombre que
as15ira
á
fos
honores frecuentemente se ve arrastrado á un abis–
mo de miserias por sus inclóroitos
y
feroces deReos.
Giúllenno.-Mí
Gernrdo, ni la fortuna, ni los honores, ni
Jn.s riquezas ha.cen nuestra
f
licidad.
Observ:~,
¡cuántos estor–
'hos puestos á nuestros ele. eosl ¡cuántos enemigos conjurados
·<:Ontra nuestros ai:;censos
é
intereses! ¡cuántos trabajos
y
des–
velos para adquirirlos
y
conservnrlos!
El camino que anda–
mos, está bmpapado da sudores, de lágrimas,
y
quizá de la san–
gre de los q11e nos han prclcedido en esa carrera.
ro vemos
á
nuestro alr.ecleclor sino sepulcros de infinitos que ocnparon nues–
tro puesto
y
nue tras rique>1a.s,
y
que habitaron los mismos e–
cli 5.cios que ocupamos. El rnyo que los d€l'ribó humea toda–
Yia.,
y
acaso la misma nube que le arrojó tronará sobre nues–
iras cul1eut. .
::\Iil
occs que salen de sus tumbai;, nos dicen: