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neficencia que no esté fundada en este principio,
y
de él se de·
ribe como la ramn. del tronco, por mas lisonjeras que aparez·
can sus teorías, por sorprendentes que sean sus resultados,
habrán si se quiere aoña<lo un bello ideal; pero no habran en·
señado una ,·erdad, ni una virtud positiva.
Gnillenno.- Es
imposible, amigo, que una beneficencía
puramente humana pueda ser universal
en su objeto, ni d(;)
consiguiente una verd adera virtud. Por que una virtud huma·
na no tiene otro principio que la rnzon y la sensibilidad,
y
siendo el espírit u y corazon esrncialmente limitados, no puedeq.
producir un efect ) ilimitado. Ademas,una beneficencia puramen·
te humana no es mas que un sentiminnto natmal que en el co–
razon mismo del hombre se halla combatido por una muche·
tlumbre de sentimiento<¡ diversos que le estrechan, como son: el
amor propio, la codicia, los celos, la vengti.nza, el orgulfo, las
antipatías, los disgustos,
y
otros mil. De lo cual resulta que,
los que,siguen únicamente los principios naturales,léjos de tener
una benevolencia general hácia sus semejantes, no pueden di·
simular su aversíon hácia aquellos cuyo humor, cuyas preten·
eiones, intereses
ú
opinones, no están de acuerdo con las suyas
propias: ménos aun hácia aquellos que les hieren, les chocan,
ó
á quienes miran como rivales ó enemigos. Una virtud hu·
m '.
l.nano puede, abandonada á sus propias fuerzas, triunfar de
las pasiones é indignaciones naturales. Así que no puede ha–
ber una beneficencia universal,
á
no estar fundada en un prin·
cipio infinito y superior
á
todos los sentimientos del corazon
y
capaz de do:minarloa todos. E ste principio no puede hallarse
¡¡ino en la religion,
ni
puede ser otro que la divina caridad, e–
sencialmente iufinita, y única que puede sojuzgar el corazon
del hombre y dominar tollas sus afecciones; ella eleva al cri!V
tiano sobre si mismo, engrandece su facultad de amar, le comu·
nica los sentimientos de
J.
C. há.cele mirar todos los hombres
en Dios como sus hijos, y le inspira hácia ellos un aprecio sin–
cero y un ardiente deseo de hacer bien á todos sin escepcion de
ciudadano
ó
extranjero, conocido ó desconocido, amigo ó ene·
migo. Tal disposicion no pertenece al órden de la naturaleza,
ella es el colmo de la virtud y la mayor elevacion á que la gra·
cia de Dios puede elevar el
corazon humano. S. Luis Rey de
Francia servia á los pobres arrodilla.do y con la cabeza dE>scu·
bierta, veía en ellos los miembros de J. C. que estaban unidoa
á.
su divino jefe y clavados con el
á
la cruz.
Jamá.s se halló
fuera del cristianismo, no digo ya la práctica, pero ni aun la
idea de esta ca.rida.d universal
y
positiva, por cuyo motivo
J.
~.
la llamó precepto nuevo
y
ha.ata. entonces desconocido (Juan