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Guillermo.-Todos
los hombres verdaderamente gri>.ndes
.han frecuentado la comunion, y. su fé-se
ac~·.esentaba
de dia en
dia, y sus pechos se abrasaban· en ese fuego de amor con que
Jesus nos ha distinguido desde la eternidad. Un Santo Tomás
de Aquino, cuyos escritos inmortales serán si mpre nuevos,
cuya
Suma
será siempre un ma.rtillo contra todas las heregias,
cuya corta vida
fue
del todo angelical, sintiéndose cerca de su
fin, pidió con instancia que le administraran los úHimos sa–
cramentos.. Para recibir al santo viático quiso estar extendi–
(lo sobre ceniz.a, y en este lecho de humildad exhaló de suco–
rn,zon este acto ele fé:
"Creo firmemente que J. C. verdadero
Dios y verdadero hombre, se halln, en este augusto sacramento.
Os adoro, oh Dios mio y mi Salrndor1 Os recibo,
á
Yos
lJ.uesois el precio de mi reclencion, y el viático de mi peregrinaci
on!"Espiró algun tiempo despues.
Gera.rdo.-Al
despedirse dijo: ya no dudo de la dulce in–
-fluencia del augusto Sacra.mento en el mundo moral. ¡Ojalá J.
C. lance una mirada benéfica sobre mi alma
y
ahuyente ele mi
el error, la desgracia
y
la infelicidad; compadézcase de mi, per–
done mis ofensas, disimule mis extraYios, mire con ojos apaci–
bles á mi familia,
á
mi patria y á todo el mundo! A Jesus per–
tenece el honor, la gloria, la benclicion,
la virtud, la divi–
nidad
y
el poder. Bendigan
y
engrandezcn.n su nombre to–
dos los pueblos, naciones,
tribus y
lenguas del universo;
y
queden para siempre confun<lidos sus enemigos.-Una sola
sea la v-0z que resuene en todos los ángulos del orbe, uno so–
lo el eco que repitan los mares
y
los ríos
y
las montaüas;
y
en
los cielos
y
en la tierra
y
debajo de la tierra oigase sin cesar.
¡A Jesus rey inmortn.l é invencible sea dada honra
y
gloria
por los siglos de los siglos!
Los amigos se levantaron
y
á la luz de
Ja
luna, dijeron
miritndo á Gerardo, amen.
VELADA DECBIA TERCIA.
La noche reina en el espacio, la luna qne, está en su lle–
no, derrama torrentes de tibia luz sobre Al·equipa, la brisa a–
pénas tiene aliento para gemir entre los árboles que, entre–
lazan sus alti-rns
y
frondosas ramas, formando un toldo movi–
ble de verdes
y
brilladoras hojas. Elíseo contemplaba absorto
las olorosas flores del jardín como se mira un objeto que nos
fascina,
y
escuchaba el canto melancólico del plÍ.jaro de la no·
che cuando llegaron Gerardo
y
Guillermo.