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táundo lleno todo de peligros. Hay en confümacion de esto

un hecho palmario,

y

es que los que comulgan con frecuencia,

son entre todos los hombres los mas felices, para consigo mis–

mos, los mas justos en su conducta para con los demás, los

mas constantes en sus principios de probidad y de honraclez,

y

para decirlo en una sola frase, son los que gozan del único

bien real que hay en el mundo, esto es, de la dulce satisfaccion

del alma, y del suave reposo del corazon.

Guillenno.-Si

para el individuo, Don Eliseo, ha pintado

al

sacramento eucarístico como á un generoso padre cuyos

brazos abiertos son un supremo asilo; para la familia lo ase–

mejan al

luminoso astro que vemos correr en el vasto azul

ele

los cielos desplegando en todas direcciones las cloraclas

madejas de luz:

ó

sino observemos una casa cuyos individuos

frecuenten la comunion: alli verémos la union y fidelidad en

el matrimonio; alli encontrarémos excelentes padres para sus

hijos; allí descubrirémos amos benignos para sus criados

ó

dependientes; allí conocerémos como se pasa la dichosa vi–

da de una famila cristiana. ¿Quién no vé la poderosa influen–

cia de ese sacramento para mantener el respeto

á

los debe–

res domésticos

y

sociales? ¿Qué accion no ejerce mas estre·

cha aun y mas universal que la fuerza de las leyes?

Gerardo.-

Esto es limitar la esfera de accion de las

leyes.

Guillenno.-Amigo,

el imperio de las leyes es muy redu–

cido; ellas no penetran en el santuario de los corazones, ellas

no se intruducen en las relaciones de familia; ellas no alcan–

zan

á

una innumerable série de actos particulares que for–

man por su conjunto, la continuidad de la vida social. Las le–

yes no abrazan sino las infracciones públicas, y como dice un

sabio escritor, se puede obedecer

á

las leyes y ser hijo ingra–

to, esposo infiel, padre duro y bárbaro, pero ninguno puede fre–

cuentar la sagrada eucaristia sin ser buen padre, fiel espo–

so, amo íntegro

y

súbdito puntual en el desempeño de sus de–

beres. Las leyes no pueden prevenir la menor cosa, solo pue–

den castigar; el sacramento eucarístico por el contrario, ha–

ce al hombre habitualmente justo

y

virtuoso,

é

impide un

sin número de males

y

tiende

á

protejbr eficazmente todos

los derechos del individuo, de la familia

y

de la sociedad. Así

lo ha reconocido un ingles ilustre, muerto hace pocos años

en e

l protestantismo, lord Fitz Williams, en sus cartas

á

Atti–

r.us,

venciendo las muchas preocupaciones de su secta, escri–

bía

estas notables palabras: "La verdad, la virtud, la moral

deben ser el objeto de todo gobierno. Es imposible establecer