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perdida se recuperan, se evitan grandes escándalos
y
el óxden
y
la paz pública se conservan.
Oerardo.-Abora
estoy convencido de los innegables efectos
-de la confesion, como lo estuvieron en otro tiempo el incrédulo
filosofo de Ginebra, y Ami, méclico protestante; y creo que si to–
dos nos confesásemos bien
y
con frecuencia, reflorecería la pure–
.za é integridacl de costumbres, veríamos por do quiera las virtu–
!Óles mas heróicas,
y
no necesitaríamos emplear la mitad de la
poblac!on en gobernar
y
contener en su deber la otra mitad,
y
lo
que es peor, sin poderlo conseguir, como nos consta por una
bien
triste experiencia.
Gnillenno.-En
nuestros días la mayor parte de los hombres
viven sumidos en el vicio, huyen de la confesion, como el frené–
tico huye del médico, a.guardan la última enfermedad para tra–
tar de la salud de su alma; llega la horá y esperan imprudente–
m.e:
m.tela palabra oficial del médico, que tal ,vez es incrédulo
ó
poco religioso, ó que por sus preocupaciones teme el efecto mo–
ral de los consuelos de la religion y de la administracion de los
sacramentos, y retarda cuanto puede una grave
y
tierna ceremo–
nia
de la que no espera ninguna ventaja material para sus enfer–
mos. Sin embargo, la enfermedad sigue su curso, aumenta el
peligro, y hace al enfermo incapaz de casi ningun acto religioso,
en el momento en que tiene la mas viva
y
urgente necesidad de
ellos: entretanto la muerte se aproxíma, arrójase sobre su vícti–
ma, y la arrebata
á
veces súbitamente privada de los sacramen–
tos
y
de Dios.
Jl.,i~ieo.-La
razon y la experiencia, dice un famoso médico,
<ea&.
.dí.a
nos enseüan que los consuelos de la religion y los sa–
·ormmento~.
instituidos para el alivio espiritual
y
corporal de los
enferm0s, nmwa a.gravan su posicion; y que léjos de perturbar á
las almas verdaderamente cristianas, las consuelan
y
confortan
ceontra los terr0res ele la muerte. Por otra pa.rte, reaniman y for–
lti:fican singularmente el síetema nervioso, inmensa palanca del
mxm:al
del hombre, elev.a;n el alma
ú
su mayor grado de virtud, y
la
baieen
eapaz
·ele
imprimir un movimiento de fuerza
y
de vitali–
i!'ld nueva
á
todv -e113rgauismo masó ménos deprimido por los
dolores de la enfermedad. En efecto,
eB
sabido
~ue
nada hay
mas propio para favorecer la aceion de la medicma material,
como la paz
y
la calma del alma y ele la conciencia. E st a feliz
situacion moral, dobla cuando ménos la potencia medicatriz del
sistema nenioso, sin cuya influencia no hay enfermedad alguna
humanamente curable. El célebre Tissót, médico protestante, se
complacia en referir este hecho: administraba en Lausana los
a uxilios ele
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arte
á
una señorita extrangera, cuya cnfcrm dad