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una imitacion palpable de lo que la misma · naturaleza ha–
ce seguir á nuestro corazon siempre que quiere encontrar
algun consuelo en los males que le afligen? ¿que cosa hay
mas natural en el hombre, dice el ilustre Bossuet, que ese
movimiento de un corazon que se dirige ·hácia otro para de–
positar en él un secreto? El mismo incrédulo Rousseau ha–
blando de los motivos que le indujeron á escribir lo quA lla–
man sus confesiones, dice: "que habia en su vida ciertas
acciones
tan vergonzosas y criminales
á
sus propios ojos,
que en el espacio ele treinta años no habia podido disfrutar de
un sueño tranquilo, sintiéndose apremiado ele una necesidad
imperiosa de hacer conocer
á
otros, lo que apénas poclia con–
fesarae ási mismo; hallando únicamente el reposo y la tran–
quilidr.cl,tan luego como para la instruccion ele la genera–
cion en que vivia y de toda la posteridad se decidió á publi–
car las
iniquidades de su vida. "De este modo se expresa
el fi.lisofastro de Ginebra.
Gerarclo.-Yo
lo que veo es, que todo malvado procu–
ra ocultar la deporable y tenebrosa historiii. de su vida.
Eliseo.- ¿Aca,so
el malvado puede encubrir el clesórden de
su vida á los que tienen que seguir s11s pasos, conocen sus
amistades, y notan las continuas irregularidades de su con–
ducta extravagante,
y
de sus nécias conversaciones? El no
procura disimular nada á vista de sus semejantes: tal vez se
avergúenza de parecer ménos atrevido y determinado
á
atro–
pefüLr los deberes mas sagrados, y
á
no respetar nada en
el
cielo
y
en la tierra. Amigo,
¿puede darse hombre mas
clE•gradado y aborrecible, que el que se obstina en sus vi–
cios y
pecado~?
¿puede darse temeridad mas grande, que el
despreciar las instituciones del mismo Dios? Pues Dios mis–
mo ha querido que la remision de la culpa, estuviese liga–
da á la confesion de ella.
¡Oh nne' o género de juicio! ex–
clama san Zenon obis1)0 de \ erona, en el cual, si el reo se
escusa,
se condena; y si se reconoce culpable, se
justifica.
Una señora protestante del rango mas elevado de la so–
ciedad, dijo un clia al Sr. Cheverus obispo ele Boston (Es–
tados UniLlos) que, lo que le repugnaba mas en la religi–
on católica, y le impedia siempre el abrazarla, era el pre–
cepto ele la confesion . El Sr. de Cheverus le responilió con
una amable sonrisa; "no, seúora, Y. no tieoe por la confe–
sion tanta repugu:mcia como V. cree; V. siente, al contra–
rio
la necesidad
y
el precio de ella; pues he aqui mucho
ti mpo ha que V. se confiesa conmigo sin saberlo. La con–
fesion no es otra cosa que,
la confidencia
ele
las
penas de