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dad y de la beneficencia, pero lo dejo para
Gui~lermo.
Gibillermo.-Mi
Gerardo, ya que has hablado del púlpíto,
quiero que admires los maravillosos efectos de la predicacion:
la elocuencia de S. Juan Crisóstomo cambió en dulce compa–
sion el odio mortal que el pueblo tenia á Eutropio; predicando
Massillon en Versalles sobre el limitado número ele escogidos,
al pronunciar estas palabrns: "¡Oh Dios! ¿dónde están los es–
cogidos? ¿Y qué os resta para vos?" Refirieron todos los perió–
dicos de aquel tiempo que, el auditorio en masa se leYantó por
un espontáneo movimiento con un sordo y lúgubre gemido ele
terror
y
de fé, como si ele improviso hubiese caido un rayo en
medio del templo; la elocuencia del P. Laeordaire
fué
tan pro–
digiosa que sojuzgaba y electrizaba su auditorio hasta física–
mente si se permite esta expresion: hase dicho que removia
su auditorio como el agua en un vaso: que aquel mar de cabezas
que inundaba la nave, los lados y las galerías ondulaban ba–
jo su palabra cual las olas
~'al
;soplo del viento.
Ahora contempla aquella.s naciones que escuchan
y
practi–
can las sublimes lecciones que el sacerdote les dá desde el púl–
pito, y las verás florecer y engrandecerse en medio ele el ór–
den, la paz y el contento; y :mira aquellas otras, donde la pa–
labra de Dios es c1esprnciada, y hallarás grandes desórdenes,
muchas ruinas y desgracias que la,mentar. La razon de esto
es muy sencilla. J.Jos pueblos son segun sean sus costumbres;
caundo las costumbres son buenas, los pueblos son felices; cuan–
do son malas, son clesgraciaclos; porque la folicicln.d ó desgracia
de los pueblos, clepeücle directamente de las costumbres. Las
costumbres son segun sean ln.s creencias; cuando estas son sa–
nas y verdaderas, las costumbres son buenas; cuando son noci–
vas y falsas, las costumbres son malas; porque las creencias
son la base fundamental ele las costumbres, pues la educacion
que se recibe
y
los hábitos que se adquieren en la vida, tienen
que guardar armonía con la conciencia, para lo cual es indis–
pensable que, todo sea conforme wn las creencias que se poseen.
Por consiguiente, si nosotros somos desgraciados, es debido
á
las malas costumbres; mas claro, al despreci0 ele las creencias
religiosas y morales que, deben formar nuestos hábitos, y edu–
car nuestro corazon. Por estas
y
otras razones puecli-.s conoce1·
que el sacerdote tiene poderosa influencia sobre la multitud, y
es por decirlo así, el corazon ele la sociedad,
á
cuyo impulso a–
vaüzan ó retroceden las naciones. "El sacerdocio, como ha di–
cho S. Ignacio mártir, es la cumbre de todos cuantos bienes
Dios ha puesto en la tierra, en términos que, quien deshonra al
sacerdote deshonra a,l mismo Dios". (Ep.
10
acl , miru).