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'l'.:oncienci1:1., que
V..
quiere exponerme para recibir mis avi–
sos."
Gerardo.-Bien
veo que la confosion no es tan defícil,
supuesto ciue la, hacemos todos los dias con nuestros ami–
gvs, pero no Yeo su utilida.d.
Eliseo.-Permitidme, amigo, citaros la autoridad ele Voltai–
r e, el cual dice en los Anale:> del imperio (t.
l.):
"los enemigos
<le la Iglesia romana que se han clesn,tado contn1 una institucion
tan saludable, se han dir igido á qnit<tr á los hombres el freno
m as poderoso que puede oponerse á sus crímenes. Los sábios
ele la antiguedad. conocieron su importancia: si no habian podi–
do hacer de ella un deber á todos los hombres, á lo menos lla–
bian establecido su j:>ráctica para aquellos que aspiraban á una
vida :i;nas pura; esta práctica era la primera expiacion ele los ini–
ciados entre los egipcios en los misterios ele Céres Eleusina. A–
sí la religion cristiana ha consagrado cosas, cuya utilidad habia
permitido Dios que entreYiese la sabiduría humana, abrazando
.sus sombra'l. Tambien leemos en el
diccionario filosófico, art.
Catechisme
diL
Curé.
"La confesiones una cosa exc&lente, un
freno para las pasiones; en la mas remota antigueclacl se hacia
la confesion en la celebracion ele toclos los misterios." Entre
los J aponeses está en uso la uonfesion, y los turcos así r.omo otras
naciones tienen tambien una especie de confesion. Los lutera–
nos de
J
uremberg horrorizados fLl ver como se multiplicaban
los crímenes, tan luego como despreciaron este sacramento re–
generador, enviaron una embajada al emperador Cárlos V. su–
plicándole que se dignase r establecer por medio ele un edicto el
uso de la confesion sacramental. En 1670 los ministros ele
Strasburgo emitieron el mismo voto en un memorial que p1·esen–
taron al magistrado. L os de Suecia al contemplar las inmen–
'Sai:: utilicla,des ele la confesion, por una anomalía chocante, la
conservaron en sus profesil.:mes de fé luteranas. La cámara de
los Lores en Inglaterra se
1rn
ocupado, en una de sus últimas se–
siones, de la confesion auricular. Cuatrocientos sesenta minis–
tros anglicanos habian dirigido á sus superiores jerárquicos una
peticion para que se introdujese la confesion en el anglicanismo.
Los profundos políticos saben mny bien, que en este sagrado
tribunal se destruye una infinidad de desórdenes, que ni los go–
biernos mas ,-igilantes, ni los jueces mas peritos, ni los magis–
trados en el foro externo pueden e\itar ni corregir de modo al–
guno. Por medio de este augusto sacramento, los bienes usur–
pad0s son restituidos, los contratos injustos anulados, las ofen–
sas graYes perdonadas, los enemigos irreconciliables se abrazan,
los vínculos peligroso se rompen, el honor agr:wiado
y
la fama