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Gerarclo.-Yo

no ignoro que, casi toclos los bienes que dis–

frutamos los debemos al saRerclocio, pues apenas lo Ap.)stoles

empezet.ron á predicar el Evangelio, el Catolicismo se prop<LªÓ

con la velocidad del relámpago. Contra la Roma orgullosa. de

los Césares se sucitó otra Roma subterránea en las Catacumbas,

en clonde estaban encerrados los secuaces de J. C. prontos á de–

jar la vida sobre un cadalso ó en el Coliseo en obsequio de

Rll

fé. Sé muy bien que las naciones paganas se cristianiz,u·on

por medio de la predicacion y por medio de la misma se con–

serva la pureza ele la

fé;

empero ¿no elijo S. Juan Crisóstorno

(Hom. 83. in J\latth) "que no seria tan perjudicial á la, Iglesia

un hombre poseiclo clel demonio, como un Sacerdote contami–

nado con el pecado?"

Eliseo.-No

desconozco los gravfaimos males qué, puede

ocasionar un sacerdote extraviado; no ignoro que el m as eleva–

do en dignidad, como dice un ilustre pontífice, será tenido por

el mas despreciable ele los hombres sino sobresale en ciencia y

santidad; pues segun la bella oxpresion de S. Francisco de Sa–

les, la ciencia y la piedad son los dos ojos del eclesiástico per–

fecto. Empero la razon y la lógica enseñan que debemos< stu–

diar los estados é institur.iones no por sus abusos sino por lo

que son en sí; pues nadie ignora que, el hombre ha abusado de

tocla.s las cosas; de los vegetales para sacar los venenos; del hier–

ro para asesinarse; del oro para comprar las iniquidades; de ln,s

artes para multiplicar los medios ele su destruccion; de la brú–

jula para

ir

á esclavizar á sus semejantes; de la imprenta para

propagar el error y la calumnia; ele la elocuencia para corrom–

per la fé y de&truir la moral. El sacerdote por obligacion, por

su mismo estado es el amigo del mt:nesteroso, la providencia

Yiva de los infelices, el consolador ele los afligidos, el defensor

nato de todo el que carece ele apoyo; el repn,raclor ele todos los

desórdenes y males engendrados por las doctrinas perversas y

las pasiones violentas. Su vida toda no es otra cosa que un di–

latado sacrificio por el bien ele sus hermanos. ¿Quién de noso–

tros consentiria en trocar como él las satisfacciones mas caras

á

la naturaleza, por unos trabajos oscUTos, por unas obligacio–

nes estrechas y por unas funciones cuyo desempeño lastíma el

corazon y repugna

á

los sentidos, sin esperar clel mundo otra

gloria que, la del desprecio, la ingratitud ó el insulto?

Gnillermo.-Amigo

mio, hablando S. Francisco de Sa–

les del oficio del Confesor, decía: que era el mas impor–

tante y el mas cleficil de todos los ministerios. El sacer–

dote por medio de este sacramento reforma la parte mas

noble del hombre que es el corazon, disipa los errores, qui-