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nidades y afliccion ele espíritu. Este es el grito de todos los hom–
bres despues que han dado algunos pasos en la vida
y
han mo–
jado sus labios en la amargura de su caliz. Esta.. es la expre–
sion del
~lesengaño
y
del mal estar que constituyoo el fondo de
toda existencia humana. Convirtamos desde esta noche todos–
nuestros cuidados, todos nuestros afanes, todos nuestros anhelos
hácia el cielo, pues solamente allí seremos completamente felices.
G1úllenno.-Á
la.
verdad, mi Don Eliseo ¿qué corazon cris–
tiano meditó sin cónmoverse los altos destinos del hombre en
presencia de las contínuas vicisitudes que agitan á la humani–
dad sobre la tierra?
¿Quién registró jamas la historia de nues–
tros antepasados sin que sintiese bullir en su imaginacion
mil ideas sublimes que le sugieren los heróicos ac;tos de las
pasacl;,,s generaciones?......El hombre ·pensador se admira al
contempbr á tantos reyes y poderosos renunciando las coronas,
las riquezas y comodidades para encerrarse en la estrechez de
un claustro:
á.
tantos virtuosos anacoretas que se sepulti;i.ron en
una gruta, se cubr'ieron de cilicios, se alimentaron con yerbas
insípidas, y apagaron su sed con las turbias aguas de los char–
cos; á tantos millones de mártires que sufrieron los tormen–
tos mas crueles y exhalaron el último su
e:;
piro penetrados del
mas vivo dolor. Al investigar la causa de tanta paciencia, de
tanta heroicidad y granG.eza,
al
momento se conoce la pode–
rosa influencia que ejerce en el hombre la esperanza dd pa–
raiso. En efecto, asombrado el abad Zosimo al encontrará
Santa María Egipciaca en medio de un horroroso desierto don–
de no se oia sino el rugido de las fieras, ni se escuchaba mas
que el éco ele su llanto y el ruido de sus
sangrientas díscipli–
nas, la preguntó ¿cómo había podido vivir cuarenta y siete a–
ños en aquel espantoso desierto? respondió la santa, con la es–
peranza del paraíso.
Gerardo.-Amigos,
yo quisiera qne me diéseis una idea del
paraíso.
Eliseo.-Para
formarte una ligera idea de lo que es el paraí–
so, figúrate que una muger estando en cinta, en pena de sus deli–
tos, es encerrada en un hondo
y
oscuro calabozo iluminado sola–
mente por el moribundo resplandor de una lampa,rilla: llega
el tiempo
y
pare un niño; allí va creciendo hasta la edad de
la discrecion, y la desdichada madre se consuela algnn tanto
con la compañia de su hijo, pasa las horas sombrías de su
vida instruyéndole: mira, hijo mio, le dice, aquí sobre nosotros
está un mundo hermosísimo, cuyas bellezas no podrás com–
prender hasta que le veas; sin embargo, aquí no oyes sino el
retañiclo de las cadenas y los suspiros de tu angustiada madre,